martes, 9 de marzo de 2010

PARANOIA POR UNO CUANTOS DOLARES

No todo estaba perdido. El año 2006 el grupo político de Olmedo Lamau había asumido el poder del Estado. Todos los peruanos creyeron que harían realidad sus más caros anhelos y en cumplimiento de la política jurídica, el caso de “El loco por los dólares” fue re abierto en los fueros judiciales. El fallo que dieron fue totalmente injusto pues declararon inocente de todos los cargos a aquel ladrón. El populacho entonces quiso vengarse y al salir aquel libre de la penitenciaría lo recapturaron y llevaron a Echarate. Allí lo amarraron totalmente desnudo a un árbol de “palo santo” y al poco rato las hormigas asesinas dieron cuenta de su cuerpo, solo se escucharon los gritos desgarradores que provenían de la garganta del delincuente.

Prístino Ticona Larota era un profesor universitario de baja estatura, delgado y de tez trigueña. El traje que llevaba puesto era oscuro y alrededor del cuello una corbata roja; que delataba su carácter taciturno. No hablaba mucho, era un ser fuera de lo común. En la universidad siempre hablaba de valores como la puntualidad, la honestidad, la veracidad; en fin, de todo lo bueno que los alumnos debían cultivar para ser hombres útiles a la sociedad. Aunque era un tipo que llegaba a clases 30 minutos tarde y casi siempre se iba antes de terminar las mismas. Suspendía las clases argumentando que tenía alguna reunión o junta de docentes.

Para aprobar a algunos alumnos, cobraba cínicamente de 20 a 100 dólares. Los alumnos se quejaban y al final demostraron que efectivamente había hecho tales cobros. Sin embargo, él continuó negando los cargos a pesar que su delito estaba demostrado, pero fue suspendido de su labor docente. Como dicen muchos “esperó que pasara la tormenta”, para demostrar su supuesta inocencia.

En el año 2002, juntamente que Paolo Manini, en elecciones democráticas fue elegido como dirigente del Sindicato de Docentes de la UNSAT, el prestigioso SINTAC. Cada candidato prometía propuestas de cambio a “tuti di mundi”. Pensaron que por los antecedentes políticos que tenia, el aspirante a la secretaría general, sería un buen opositor del gobierno y la misma la autoridad universitaria, pero resultó ser más conciliador y todo terminó en demagogia. En una ocasión dijo: “Así es la vida, por ejemplo los jefes de práctica tienen que sacrificarse durante siete y aún hasta diez años, esmerándose y dejándose explotar en beneficio de los honorables maestros antiguos; en fin, la misma universidad...”.

El grupo liderado por Paolo Manini llegó a ser en nuevo secretario general y Prístino se convirtió en su compañero inseparable. Se ganó la confianza del representante del sindicato y al punto de ocuparse de las cuentas del gremio, como secretario de economía. En Octubre del mismo año, se informó ampliamente sobre los fondos que manejaba el indicado gremio.

Era un angurriento, avaro y ambicioso de los más inimaginables, estudió el asunto de los fondos, los mecanismos de girar cheques, y la posibilidad de aprovecharse del descuido del secretario general. La amistad que había cultivado con él, era inusual. Lo iba a visitar a su propia casa. Dentro de sí pensaba: “A éste me embolsico, no sabe, parece un tonto, todo deja así por así a la estúpida secretaria”.

La señorita Edith era personal de apoyo del secretario general y era de fiar, las semanas que había pasado con don Prístino, hizo que entre ellos surgiera una sincera amistad. Prístino la invito a cenar y también estuvieron juntos en los agasajos del 1 de Mayo. El día del maestro, bailaron un par de piezas. El susodicho era galanteador, con el único propósito de lograr su objetivo, él había nacido para tener dinero y no para ser un pordiosero como los honorables profesores.

Años atrás había trabajado en el Banco de Comercio del Perú como bancario, en una de las ventanillas de atención al público. En la labor de recibir y dar dinero a los clientes, trataba de redondear los montos, para que luego que se hiciera el arqueo de caja, le “quedase alguito”. Trataba de encontrar “tres pies al gato” cuando los clientes le reclamaban por su dinero. Estas acciones los hacían con el objeto que los usuarios desinformados cayeran en sus manos y de esta manera obtener algo en provecho personal.

La dirección del Banco detectó las deficiencias y lo despidieron. Con los antecedentes que tenia, jamás hubiera sido bienvenido en el SINTAC. Pero el secretario general Paolo cometió el error de darle demasiada confianza.

Don Prístino que ya había estudiado las posibilidades de apropiarse de todo el dinero del gremio, urdió un plan que de a cuerdo a su experiencia no tendría vicios, se adueñaría de 70 mil dólares y de esta manera saldría de la pobreza en la cual estaba inmerso.

Antes de proceder con su plan, vendió la casa que tenía y alquiló un cuchitril en un barrio pobre de la ciudad, también vendió el auto de segundo uso que tenía. Incluso para no comprometer a su pareja, decidió romper relaciones con ella, no le importó que sus propios hijos se perjudicaran, todo le importaba un comino.

Por la mañana de un sábado actuando con cautela y mucha prisa, logró que Paolo dejara un cheque firmado en blanco. La secretaria había guardado en la oficina y Prístino, luego de cerciorarse de que estaba solo y buscó frenéticamente el cheque en todas las gavetas. El astuto Prístino había hecho copiar toda la sarta de llaves de exclusivo de la secretaria.

Cuando tuvo el cheque en sus manos se imaginó todo lo que haría con el dinero, pues 70 “palos verdes” eran mucho. Pensaba: “Los congresistas, los funcionarios del Gobierno Regional, PIPAC, los del poder judicial, Montesinos, Fujimori, etc.; se apropiaron de millones de dólares; ¿y por qué no puedo hacer lo mismo con montos pequeños?”.

Pensó también en lo que haría si era descubierto su delito: “De los doscientos cuarenta y cinco mil, para mi defensa podría utilizar diez mil. Para el presidente de la Corte otros diez mil. Con todos los otros gastos puedo abrocharme ciento ochenta mil y huir a Italia. Me consigo una joven italiana y así reconstruiría mi vida”.

“Será a la vista, correré el riesgo...”. Sus cavilaciones y reflexiones se vieron interrumpidas por un profesor, colega suyo, que solía leer diarios de circulación local en esa oficina. Se asustó, pero se tranquilizó enseguida, porque se trataba de un miserable idiota también vestido con la misma ropa de hace 5 años, que se dispuso de hojear periódicos. Intercambió saludos con aquél y Prístino salió apresuradamente.

Entró a un restaurante de la avenida Huayruropata y para calmar su nerviosismo pidió una coca cola aquella bebida gaseosa que muchos solían llamar: “aguas sucias del imperialismo yanqui”. Contempló nuevamente el cheque y con letra imprenta lo llenó: “Páguese a la orden de Prístino Ticona Larota la suma de 70 mil dólares americanos”. Ya todo estaba en orden, el cheque bancario era auténtico.

Luego de salir del restaurante y ya frente a la entidad bancaria se le encendió el rostro, las piernas le flaqueaban y las manos le sudaban. Miro por encima del hombro tratando de divisar alguna silueta conocida, pero no reconoció a nadie entre la gente que circulaba por la calle. El plan que había maquinado estaba saliendo a la perfección. Para tranquilizarse un poco entró al “bath room” del Banco, bebió un poco de agua de la pileta y se refrescó la cara con el liquido elemento, recobró alguna tranquilidad, salió y cerró la puerta tras de sí.

Tenía que recabar el voucher y se encaminó con paso presuroso y seguro a la segunda sección, no denotaba nerviosismo, los “watchaman” le observaban. Tragó un poco de saliva y se acercó a la ventanilla. El empleado al ver la suma del cheque, indicó que este debería tener una autorización del jefe, así que lo retuvo y lo derivó a la oficina correspondiente.

- Señor no puedo proceder en este caso, por favor vaya a la oficina del jefe del Banco – El pánico se apoderó de Prístino. Sintió que un sudor frío le bajaba por la espalda. Pidió permiso, saludó y el jefe lo invitó a que tomara asiento.
- Don Prístino Ticona, entonces, es usted profesor de la Universidad y tesorero del Sindicato de Docentes, ¿cierto?
- Así es señor gerente – El funcionario lo observó detenidamente.
- Sin embargo, las normas del Banco dicen que para cobrar usted debería estar acompañado por el Secretario General que es Don Paolo Manini, si no me equivoco.
- Efectivamente señor, Don Paolo no pudo venir porque tiene una conversación con los dueños de un terreno que deseamos adquirir para la docencia universitaria. Éste dispuso que yo retirara el monto, porque por la tarde se finiquitará el negocio y como el Banco cierra a medio día...
- Entiendo, pero la cantidad es considerable la posibilidad de que lo maten por esta suma es muy amplia.
- Hemos pensado en lo mismo, pero tenemos prisa – un poco nervioso el mentiroso esperaba.
- Bueno entonces solo puedo aconsejarle que tenga cuidado y tome las precauciones necesarias ¿eh?
- Lo haré muchas gracias señor gerente.
- Vaya usted con Dios.

Luego que hizo efectivo el cheque, se dispuso a revisar el estado de los dólares y se retiró tranquilamente llevando consigo el fajo de billetes en una bolsa negra. Con el objeto de no llamar la atención se subió a un taxi. No dejaba de imaginar qué pasaría los próximos días. Se figuraba el rostro del secretario general, los colegas docentes y la junta directiva en pleno cuestionándolo. En el trayecto a su habitación no paró de temblar de pies a cabeza, miraba a cada instante a ambos lados, pensando que alguien le arrebataría el dinero. Ya dentro de su habitación, tiró la bolsa sobre la cama. Dentro de su mente escuchaba voces, al tiempo que los latidos de su corazón se hacían más acelerados, a ratos imaginaba que ya estaban llevándoselo detenido a la cárcel.

Se acostó en su cama con las manos bajo la cabeza y los ojos cerrados, sabía que ninguna fechoría era perfecta y que “el delito no pagaba” y se torturó pensando en los errores que pudo cometer.

Después de un breve descanso empezó a contar los billetes, entonces tomo un lapicero y un papel y multiplico 3.5 por 70 mil. Pensaba en los ladrones de cuello y corbata que habían logrado robar mucho más al país, miles de millones de dólares y hoy algunos de ellos, en el “primer mundo” pasando feliz vida.

El sábado por la noche no durmió ni un instante, igual el domingo, por mas que trataba de distraerse leyendo un periódico o mirando una película, no dejaba de pensar en el dinero y en lo inmensamente rico que se había hecho y de la noche a la mañana.

A las quince horas del lunes fue capturado en Juliaca y trasladado inmediatamente a la celda del palacio de justicia. Nadie sospechó siquiera que el hombre declararía más tarde que estaba perturbado y no sabía qué hacía. Mientras tanto; la televisión puneña comentaba “un caso de Ripley” que había acontecido en la universidad, la primera casa de estudios.

El embaucador declaró lo siguiente:

- Un tipo llamó a mi casa amenazándome de muerte. Mi esposa e hijos serian asesinados si no sustraía el dinero y le entregaba el dinero. “Saca el dinero, lo metes en una bolsa plástica y lo dejas en los servicios higiénicos públicos del mercado central de San Pedro. Luego que estés dentro, lo dejas en la parte alta del excusado numero siete…”. Por temor de ser victimado, tuve que obedecer las órdenes del desconocido.
- Tus amigos o familiares cercanos ¿sabían algo del dinero?
- No les dije nada, tal vez quien me extorsionó era un delincuente común y corriente – El oficial se decepcionó de las declaraciones del profesor y dispuso:
- Hay que ordenar detención definitiva contra este pendejo. Teniente Lasteros, encárguese de encerrarlo en el calabozo – El Teniente a la orden del superior obedeció el mandato y se retiro.

A Prístino lo esposaron frente al juez, pero luego dijo:
- Cuando me desplazaba del Banco de Comercio con dirección a los baños, me puse a preguntar a mí mismo: “¿qué estoy haciendo?”. Ante las amenazas del delincuente, sentí temor - El magistrado lo observo y anotó algo en su carpeta de notas; pero no dijo nada.

En el rostro del profesor Prístino se dibujo una expresión de ansiedad. Se tranquilizo porque contaba con abogados que lo defenderían muy bien y, por dinero que les pagaría, pronto estaría libre. Las investigaciones se llevaron a cabo, el proceso se alargó, se organizaron comparendos y confrontaciones. De las sospechas no se libró ni el secretario general Paolo Manini, quien a partir de este acto delincuencial se desprestigió.

Prístino fue declarado culpable y luego de medio año, para sorpresa de todos Prístino salió libre de la penitenciaría y con el propósito firme de plantearle un proceso judicial al sindicato por “daños y perjuicios”. Solo en el Perú podía ocurrir este tipo de hechos desacertados de la justicia y los culpables siempre libres de polvo y paja.

Cuando ya estuvo libre, lo vieron por San Jerónimo caminando bien acompañado de dos jóvenes mujeres, y los que le conocían le gritaron: “Ladrón, delincuente, donde está el dinero que robaste…”. Prístino y la féminas se subieron a un taxi, los comentarios no se dejaron esperar: “Cambiar la dignidad de un hombre por 70 mil dólares nos parece un absurdo”.

Comentaban además sobre los delincuentes que existen en las instituciones, disfrazados de hombres honrados y de cobardes que hay entre los soldados que el día del izamiento de la bandera, escudados en el anonimato, todos pasan por valientes. A todos ellos habría que cortarles la cabeza y ponerlos todos en fila en la avenida el Sol para que los malhechores lo pensaran dos veces, antes de cometer un latrocinio.

Prístino vivió una vida feliz muy efímera y a punto de ganar el juicio al sindicato. Pero no pensó que pronto reabrirían su caso como ciertamente ocurrió. Nuevamente el proceso se hizo largo, el Sindicato pagaba abogados, el dinero hurtado por Prístino también ya se estaría acabando. Un día la gran masa de docentes universitarios se armaron de valor y ellos mismos espiaron al delincuente y decidieron capturarlo. En una asamblea lo juzgaron y dictaron la sentencia de muerte y fue así como lo llevaron de noche para la selva y fue amarrado al palo santo, las hormigas lo devoraron poco a poco y Prístino fue devorado por esos insectos.

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