lunes, 8 de marzo de 2010

MALACRIANZA DE LAS MASCOTAS

Cuando éramos aun pequeños nos gustaba mucho tener mascotas, sean perros, gatos y pollos. Mi padre no estaba de acuerdo que poseamos uno en casa. Pero era un sentimiento natural que los niños tengamos amor por los animales, mi madre accedió a nuestros requerimientos, compramos cachorros de la feria semanal del sábado. Empezamos por el cariño por los perros. Estos animales por ser mudos eran muy fieles. Por más que no haya comida, permanecían por los alrededores y estaban en la casa, por algo dirían que eran los amigos más fieles del hombre. Sin embargo cuando faltaba comida estaban obligados de robar alimentos.

Ensuciaban el patio, desde pequeños había que enseñarles a hacer sus necesidades biológicas fuera de la casa; pero había que levantarse temprano, generalmente ocurría que nosotros teníamos compasión por los canes, nos daba mucha pena que las personas mayores de edad sin compasión les apaleen o pateen fácilmente. Nosotros les enseñábamos a jugar con pelota, a levantar la pata delantera y siempre estaban jugando. Cuando eran cachorros, nosotros también éramos cariñosos con los canes. Pero la malacrianza estaba de por medio, como niños que éramos tampoco podíamos evitarlas mucho menos deshacernos.

Mi padre refería que algunas señoritas en lugar de tener un niño tenían un perro al que trataban como si fuesen seres humanos, hasta les besaban en el hocico. Estos animales tenían ropa para dormir y cuando pasaban la noche, lo hacían en su respectiva cuna, hasta tenían botas de jebe para salir a la calle cuando caía una lluvia torrencial. Al verlos, tanto al perro igual como a su dueño, a mi padre le daba ganas de meterle un puntapié. Según él los dueños gastaban dinero en ridiculeces, como galletas para perros marca mimaskot, pedigrí y ricocan. Cuando estaban lo suficientemente grandes, no miccionaban como debe ser, levantando la pata; hacían examinar con el médico veterinario querían saber si no se trataba de un perro “maricón”.

En horas de la noche los perritos lloraban de frío o simplemente necesitaban de nuestra compañía y al percatarse de tal situación, uno de mis hermanos lo metía en su cama y el cachorro en tales condiciones, recién se dormía en los brazos de su protector. No teníamos asco; pero hasta permitimos que nos dé lamidas en la cara, era imperdonable. Mi padre hablaba de una tenia hidatídica, no entendíamos de qué se trataba y sin tantear los peligros los cachorros casi siempre estaban junto a nosotros.

La malacrianza comenzaba cuando les dábamos pedazos de carnecita de nuestros platos y a partir de este descubrimiento, los cachorros deseaban comer solo carne, sea cruda o cocinada, ya no querían comer otra comida. Los perros esperaban su ración de carne hasta que perdían peso y el brillo de su pelaje cambiaba, parecían cerdas. En realidad, estaban muriéndose de hambre, porque en la familia no comíamos carne todos los días.

Cierto año tuvimos otra mascota que apenas un mes atrás había nacido, tenía poco pelo. Mi abuelo vino a visitarnos y al verlo inmediatamente dicto sentencia: “Desháganse de este cachorro, es un ladrón…”. Mi padre le miro a su padre estupefacto, supuso que por años de edad que tenía el abuelo, probablemente conocía a los canes. Unos días adelante, a la hora de almuerzo, el perrito no comía, solo daba vueltas gimoteando y moviendo la cola, no quería ni pan ni nada. Un día cuando mi padre terminó de almorzar el cachorro hizo su deposición bajo la mesa.

Recuerdo que mi padre dijo: “Oigan qué asco, que el perro hizo su deposición justo a la hora de almuerzo y lo sorprendente todos sus restos fecales están negras y de olor más insoportable”. Mi padre empezó a espiarlo, deseaba saber por qué hacía sucesivamente deposiciones negras, ciertamente parecía que se había comido petróleo o alquitrán, en realidad era sangre y carne. Más adelante, descubrió que el perro entraba a uno de los ambientes y cazaba a los cuyes y devoraba a los más gordos he ahí la razón de lo negro de sus deposiciones.

Al comprobarlo dicto sentencia: “Mañana mismo llevarán al perrito al mercado y venderlo, si no quieren comprarlo, regálenlo. No podemos tener como vuestro abuelo dijo, a un ladrón en la casa…”. Nosotros nos desesperamos pensando que nuevamente nos conminaría en forma tajante hasta lograr que nos deshagamos de tan lindo perro.

Era la mascota de Percy, este le tuvo más cariño y tuvo que llevarlo con él, una mañana de sábado. Los muchachos al ver al perro, preguntaban por el precio y mi hermano aseveró: “No está en venta” y lloraba, era el momento más infeliz de su vida, obligado a deshacerse de su mascota. Ante las insinuaciones de mi padre, tuvo que deshacerse. No falto una señorita que se la compró, al tiempo que decía: “Que bonito perrito, ésta es la mascota que estoy buscando…”, tomo al can entre los brazos y por poco le besa, quien supiese en ese instante que estaba llevando a un ladrón y mañoso.

La mascota de Carlos también era muy bonita y por aquellas situaciones de malacrianza también se comportaba extrañamente y tampoco deseaba alimentos sino solo carnecitas. Me sorprendí cuando verifique que en el baño de la casa buscaba en el tacho el papel higiénico seco que contenía y constate que comía como si fuesen “galletas” que no faltaban dentro del tacho. Me dio asco pero no dije nada a mi padre. Yo también trataba de proteger a la mascota y si nuestro padre se enteraba, adiós al otro perrito.

Como él decía no teníamos suerte para tener perros, aunque nuestra casa necesitaba uno; pero el destino o las circunstancias hacían insoportable su permanencia. Se produjo lo imprevisto, mi padre vio que el perro había volcado por el suelo el tacho y lo sorprendió cuando desayunaba “sus ricas galletas” consistentes en papel higiénico y al constatarlo también dicto la sentencia que ya esperábamos: “Ese otro perrito que tienen, no nos conviene, también tiene que irse”.

Carlos al escuchar las acusaciones de mi padre, lloró tanto que tenia deseos de irse de la casa, junto a su perro. Realmente el perro no quería el almuerzo ni la comida que consumíamos y siempre mi padre estaba al tanto y llegando a sus conclusiones tal vez apresuradas: “Que tal lisura carajo, o sea que yo como comida que ni los mismos perros quieren, igualmente de este perrito, como en el anterior caso, tenemos que deshacernos o se va o me voy yo…”.

Como contraparte de su decisión Carlos también trató de amenazar: “Si el perrito en el transcurso del día desaparece, quiere decir que mi padre hizo algo, en ese caso yo también tendré que irme. Tendrán que escoger entre mi y al perro juntos o…”. Al escuchar esto mi padre que no tiene nada de sentimientos determinó: “No hay problema, se van los dos”, decisión que pensé que jamás pronunciaría; pero lo hizo.

No entendía a mi padre odiaba a los perros no quería tener a ninguno en casa. Pero la gente dice que debe haber siquiera uno y mejor si es negro, el asunto está que no hay que malcriarlo, darle solo comida extra fuesen pescado frito, pollo a la brasa o huesos de carne de cordero. Realmente se acostumbran a ellas y no querían sopas ni fideos, menos arroz, simplemente lo despreciaban y ahí estaba la clave. Por las noches mis hermanos seguían metiéndolo dentro de la cama, hasta el mayor hacía preguntas absurdas: “¿Papá vamos a comprar perro?”.

De modo similar los gatos también tenían parecido comportamiento. Cierto año en mi casa aparecieron ratones y mi padre como no teníamos gato, opto por prestarse de mi tío Julio. Estos gatos tenían la costumbre de dormir también en la cama junto a los humanos. No estaban acostumbrados de circular por debajo de las camas, donde se encontraban los alimentos, la cocina ni nada, solo querían comer y dormir; pero luego de haberse saciado con carne de pescado.

Como dije opto por prestarse, se trataba de un gato mediano que ya sabía cazar ratones. Cuando fue hora de dormir, el gato se iba al cuello de mi padre, cuanto odiaba a los gatos porque pensaba en el pelo que se desprendía de su cuerpo e ingresaban dentro de los pulmones a través de las fosas nasales. Según contó después de muchos años, nos reímos de todo los problemas que tuvo aquella noche con el gato.

No pudo dormir, porque a cada instante tenía que botar al gato fuera de la cama y el minino una y otra vez buscaba el cuello de mi padre. Decidió meterlo dentro de la cama; pero a la altura de los pies, el gato luego de un par de minutos otra vez estaba a la altura del cuello, tal vez no soportaría el olor de sus pies. Se impacientó tanto que tuvo que volver a sacarlo fuera y el gato nada, solo maullaba deseaba permanecer cerca del cuello del hombre que más odiaba a los gatos y que esa noche emanaba calor. Mis primos tuvieron la culpa de haberlo acostumbrado a dormir cerca de la cabeza.

No pudo expulsarlo tampoco a la calle; porque corría el riesgo que se pierda y al día siguiente tendría que reponer otro gato. Según contó mi padre, aquella noche no durmió sino solo unos instantes. En esa situación de luchar contra el gato, por fin se quedó dormido. Después de un par de horas, mi padre despertó con un asco que le llevaba al vértigo, según contó, el ambiente se enrareció con un olor horrible y desconocido. El gato hizo su deposición debajo de la cama entre la papa menuda que estaba justamente debajo, a la altura de la cabecera del catre donde dormían mi padre.

Y ciertamente al día siguiente mi padre estaba con ojeras; pero comprobó que había heces fecales que tampoco eran secas sino aguada. Mi padre dedujo que de tanto estar tirando al gato, malograría su sistema digestivo y por esa razón el gato haría su deposición de diarrea, qué bien se vengó de mi padre el animalito aquel. El mismo tuvo que limpiarlas como dicen “sin querer queriendo”. Aquella madrugada mi padre tuvo que soportar estos olores desde las tres de la madrugada hasta las seis. Muy temprano de deshizo del gato, devolviéndolo inmediatamente luego de haberlo metido en un saquillo de rafia, para evitar su huida.

Desechamos la idea de tener perros y gatos, mi hermano mayor propuso que tuviésemos pollos. Tal como fueron los acuerdos verbales, mi madre opto por comprar algunos. Cada uno de nosotros teníamos un par. Cada día íbamos por el campo junto a los pollitos a buscar lombrices, con un pico pequeño o la pala que no faltaba en casa. Los pollos devoraban las lombrices saltando o disputándose la presa entre ellos. Nos gustaban estas aves, nos divertía cuando perseguían moscas, o se peleaban por las carnecitas pequeñas que les dábamos.

Según dijo mi padre también estábamos malacostumbrándoles y creo que ocurría como decía nuestro padre. Los pollos no querían maíz ni trigo chancado. La cebada era desconocida para estas aves. Igual como los perros, los pollos esperaban su ración de carne, lombriz y los cereales nada, picaban uno que otro vegetal que había por ahí, no podíamos permanecer tampoco junto a nuestras mascotas, teníamos que ir a la escuela o hacer nuestras tareas. De lo blanco que eran todos, cuando lo compraron, cambiaron al color marrón.

Más adelante les apareció materia por las coyunturas, según dijo mi padre se debía que estaban desnutridos. Realmente los pollos no crecían y andaban cojeando, las coyunturas tenia hinchadas por la infección. Otra vez teníamos la culpa por haberles acostumbrado a devorar solo pedazos de carnecitas o lombrices que había dentro de la tierra.

Crecieron un poco y llego el día de prepararlos en casa. Aquella tarde vino a visitarnos mi tío. Los platos no fueron gran cosa, pero al menos pasaban por el momento. Una vez que estuvieron servidos los pollos guardaban buena apariencia. Uno de mis hermanos al ver los pollos en la mesa dijo inocentemente, algo que no esperábamos nadie: “Esos pollos tenían las coyunturas hinchadas, incluso tenían materia”. Al oír esto, mis tíos agrandaron los ojos y esperaban respuesta de mi padre. Este se limito a decir: “Carlos no sabe lo que dice, donde habría visto aquellos pollos a los que se refirió…”

Nuestros visitantes se tranquilizaron y culminamos el almuerzo de aquella tarde. Con las gaseosas que bebimos terminaron muriéndose dentro de nuestros estómagos aquellas aves que estuvieron enfermos. Nadie hablo más del asunto. Pero cuando nuestros parientes se fueron, Carlos recibió una reprimenda de padre y señor mío. Él no entendía de qué le hablaban, sin embargo él solo había dicho la verdad.

A pesar que teníamos todos los cuidados, los animales estuvieron propensos a enfermarse, debido al frío reinante en el patio de la casa. Los pollos pequeños requerían más cuidado. Bastaba que una noche no se les haya cubierto bien, al día siguiente aparecían resfriados. Las aves también tenían costumbres de gustar con el paladar picoteando el pasto por algo tenían lengua. Bastaba que una de ellas se rasque los ojos y por ahí empezaba la infección. Había que tratarlos con un antibiótico y de esa forma se estaría asegurando la salud y su consecuente crecimiento.

Tuvimos también un loro que repetía algunas palabras, mi hermano mayor trajo uno comprado de la plaza “Túpac Amaru”. Le decían pepito, a medida que fue creciendo aprendió a repetir palabras y lo más extraordinario, bailaba sobre la mesa, cuando mi hermano le ordenaba, luego de encender y captar una radio emisora, buscaba el dial donde había cumbias y pepito al son de la música zapateaba con las dos patitas, a la orden: “A ver baila pepito…”.

El loro conocía a su dueño, también sabia quienes lo odiaban. Cuando se le acercaban sus potenciales enemigos, les picaba en los dedos y también tenía la costumbre de atacar sorpresivamente, siempre con las picaduras de su pico curvo. Se alimentaba de maíz y comía solo lo mejor, el resto lo tiraba al suelo. Pudimos ver que en el suelo había cantidad de maíz a medio comer. Teníamos un gallo que no quería verle por nada, qué problemas tendrían.

El gallo creo que sentía cierta envidia, porque pepito siempre estaba en la parte alta, comiendo choclos, cogiendo con una de la pata y picando con el pico, y la otra pata le servía de sostén sobre la rama o el palo que estaba cerca a su jaula. El gallo jamás comía los restos del loro. Alguna que otra vez el loro bajaba a beber agua, hecho que era espiado por el gallo. Este sorprendía al loro y se armaba una pelea increíble.

Un día ocurrió lo imprevisto, cuando todos habíamos salido de la casa. Encontramos muerto al loro, el gallo le había matado, tenía todo el cuerpecito magullado, el gallo también permanecía convaleciente, tenía varias picaduras, cómo habría sido la pelea. Por la noche vino mi hermano mayor y mató al gallo asesino de su loro. Al día siguiente, al gallo comimos en caldo, al loro lo crucificó como a Jesucristo debajo de la imagen de la Virgen María y secó en esa posición con las alas desplegadas y la cabeza caída a un lado, luego que tuvimos en el ambiente olor de carne descompuesta durante más de diez días.

Cierta tarde mi hermano vino borracho y al ver a su loro lloro tanto porque ya no tenía con él al lorito que repetía palabras, tampoco había un ave como aquel que baile al compás de la cumbia. Mi mamá que vio estas escenas dijo simplemente y por primera vez: “En buena hora que haya muerto ese loro asqueroso, la cantidad de heces que dejaba cerca de su jaula y la gran cantidad de maíz que se tragó, serían decenas de kilos en lugar de alimentarnos nosotros”. Así murieron estos animales que un día nosotros de niños queríamos tanto.
Paulatinamente ha ido cambiando nuestro cariño por los animales, pueden ser trasmisores de enfermedades, como por ejemplo por la lamida en la cara de los niños aparecen manchas que no desaparece fácilmente, o los pelos de gatos y perros que se localizan dentro del estomago o los pulmones. Varios niños fueron intervenidos quirúrgicamente por estas causas, por eso ahora no quiero saber nada de mascotas, es preferible tener un par de niños con quienes se puede jugar en lugar de tener animales.

Digo esto porque por ejemplo es absurdo que haya chicas que lleven sus perritos que hacen de mascotas, bien bañaditos, con sus correas al pecho y al cuello. De vez en cuando darles sus besos en la misma boquita. Me pareció el acto más asqueroso que pude ver, en lugar de besar a un ser humano fruto de la unión con otro ser de la misma especie.

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