martes, 9 de marzo de 2010

FAMILIA DE CLODOALDO HURTADO DE MENDOZA

Era mediano de estatura, regordete y mestizo de raza blanca, su apellido y tez expresaban que indudablemente era descendiente de la raza blanca, Hurtado de Mendoza Pineda. Ojos azules y escasos cabellos castaños que se fueron encaneciendo paulatinamente a medida que los años pasaban. Algunos de sus parientes simplemente Hurtado, aseguraba que todos fueron familiares. En Cusco hasta la actualidad en Mantas hay un edificio llamado “Hurtado” y según él, fue de un pariente suyo, tío paterno y mucho antes hermano legítimo de su padre. Sus ascendientes efectivamente eran salteadores famosos. Obviamente procedían de la provincia de Hurtado allá en Mendoza España y todavía les quedaron las costumbres que se expresaban todavía en su diario vivir.

Según dijo Clodoaldo, cuando fue aún niño de seis años de edad, tuvo la mala suerte de perder a su madre y ni siquiera conoció a su progenitor. Vivía solo con una abuela que la cuidaba, pero al explicarle su procedencia, el niño no entendía todo cuanto le decía la anciana abuela. Esta se preocupaba por su educación, ya no pudo sostenerlo, la alternativa fue enviarlo a la ciudad blanca donde otra tía suya. Hechas las coordinaciones decidió remitirlo con un amigo de la familia, un maquinista que trabajaba en ferrocarriles del Sur, la Peruvian Corporation.

El maquinista jamás cumplió con el encargo y prefirió dejarlo en la casa de cierta hermana suya en la ciudad de Juliaca y Clodoaldo trabajó desde que era niño en aquella localidad como mandadero un simple sirviente, sin propinas ni beneficio, excepto de procurarse de alimentación. A la hermana del maquinista que vivía en la ciudad de los vientos le decía tía. Esta se aprovecho de la situación de desamparo que estaba sumido aquel niño huérfano y de esta manera durante varios años la ayudó gratis en aquella casa.

La abuela murió sin saber si el niño había llegado a su destino, aunque el maquinista aseguró que había entregado a su verdadera tía. Se hizo adolescente tenía un vago recuerdo de su pasado y en todos esos años sufrió mucho. A duras penas cuando tenía 8 años de edad, entro a una escuela que en aquella época se denominaba transición. Aprendió a leer y escribir, se hizo joven de 19 años y estudió solo hasta el segundo de secundaria. Luego averiguo mediante la señora que lo consideraba sobrino suyo, de dónde provenía. Tenía un vago recuerdo de su abuela, le contó todo cuanto sabía y quien estaba mas enterado era el maquinista del tren que lo había llevado de Cusco. Ella misma le dijo cómo se llamaba, dónde se encontraban sus parientes e incluso dio algunos nombres. Oyó hablar de Cusco y con algo de dinero Clodoaldo fue a buscar a sus parientes.

Clodoaldo estaba seguro que tenia allegados, se miraba en el espejo y sospechaba que era descendiente de una buena familia, de aquellos que poseían dinero y muchos bienes, obviamente ascendientes españoles. Ciertamente fue al edificio “Hurtado” a indagar por sus parientes. Un señor que se le parecía mucho a él, le negó toda relación familiar. Le tiró la puerta en la cara, dijo no conocerle: “Jovenzuelo no moleste a tan decente familia, que tiene mucho que hacer”. Clodoaldo perdió todo, el supuesto tío con el objetivo de apoderarse de todo cuanto le pertenecía como herencia al muchacho, le negó rotundamente ser familiar suyo.

Clodoaldo quedo en la orfandad y la pobreza. Empezó a trabajar en construcción de casas, aprendió todo cuanto sabían los maestros albañiles de la década de los 50, porque después del terremoto había bastante trabajo de reconstrucción de casas coloniales. Además de tener fuerzas suficientes, tenía predisposición para aprender aquel tipo de trabajo, supo que solo gracias al trabajo arduo podría salir adelante. Se hizo maestro de construcción civil, además habría aprendido ebanistería.

Según contó posteriormente, él fue quien dirigió la construcción de importantes puentes en la época de Fernando Belaúnde, en la selva, sierra y la costa. Mencionemos algunas: Inambari, Urcos, Huallpa Chaca, Cunyac, Enrique P. Mejia de Sicuani y otros mas pequeños por “provincias altas”: Santo Domingo en Espinar, Velille en Chumbivilcas, el puente de hierro y concreto al lado de Qiswachaca en Canas y Tocroyoc entre otros.

Se enamoró y vivió con Guillermina Santoro con quien tuvieron tres hijos varones. Guillermina era muy simpática y quizás podemos adelantar que tal situación fue el inicio de la desgracia para aquella familia. Mientras Clodoaldo iba a trabajar a diferentes provincias y distritos, la mujer era presa de la codicia de los ingenieros que deseaban acostarse con ella. Clodoaldo la acusó de infidelidad y cuando tuvieron a Eduardo (último hijo), decidieron divorciarse. Clodoaldo logró arrebatar a todos sus hijos que vivieron con él; pero como Eduardo era pequeño aun, le dio una madrastra. Faustina su empleada fue la mujer elegida y a partir de aquel momento cuidaría de Eduardo, como si fuese su madre.

Clodoaldo con aquella mujer tuvo todavía cuatro hijos más. Gladys, Antonio, José y Chabuca. Gladys murió en una intervención quirúrgica por desembarazo. Antonio es comerciante en la ciudad de Juliaca. A este no quiso darle el apellido, porque fue producto de una aventura amorosa de que Faustina tuvo en Sicuani con un vecino, mientras el marido no se encontraba. La tez menos las facciones eran de Clodoaldo, sino de su padre biológico, cobriza por antonomasia, típica característica andina.

Joselo por alguna suerte de la vida llegó a ser policía, aficionado hasta hoy en día por los perros. Si alguien quisiera saber algo de los canes, nada más pueden conversar con él, que incluso se diría que había llegado a hacer cierta teoría de la vida de los perros. Uno queda admirado de todo cuanto sabe de estos animales, su padre cuando Joselo era aún niño exaltaba su característica personal: “Joselo es coleccionista de perros, son sus hermanos ja, ja, ja…”, reía su progenitor.

Chabuca hace mas de cinco años se caso con un hombre mucho mayor que ella, a quien en son de menosprecio la familia Hurtado de Mendoza le adjetivan de “cholo”; pero es contador y tienen dos hijos, viven bien, no molestan a nadie. De vez en cuando visitan a su padre que aun vive en avenida Infancia, en construcciones totalmente precarias como si fuesen galpones para criar gallinas. Probablemente no pagan del alquiler del par de cuartuchos que ocupan, excepto por los servicios de agua y energía eléctrica.

Abel, hijo primogénito de la familia luego que se hizo mayor se fue para Arequipa, donde trabajó en una institución pública, durante más de 15 años. Se retiro de la misma y decidió incursionar en el turismo. Con el dinero que le pagaron por su retiro, decidió comprar un microbús y según él se dedicaría a la actividad del turismo en Cusco, ya que incluso uno de sus hijos hablaba inglés. La idea no fue mala, pero en Cusco y con la unidad móvil lista para operar, sus competidores le pusieron una serie de obstáculos. La envidia era uno de los obstáculos que más destacaba en la actitud de las personas. Ante esto Abel también era muy vanidoso y eso no le gustaba al resto, necesitaba más humildad y nadie pudo aconsejarle.

La realidad era que aquellas empresas o simples personas al ver a un extraño que deseaba vivir del turismo, le tuvieron rivalidad, expresiones de frustraciones personales y familiares. Abel no pudo resistir más y decidió retornar a Arequipa. Un punto importante que es necesario destacar era su personalidad. Tenía demasiado elevado su autoestima que tuvo que ver con su orgullo y soberbia. Característica que fue cultivando a través de los años. Fue la influencia de su padre que ante los demás debía siempre hacer resaltar, porque se trataba de los señores Hurtado de Mendoza, Abel se fue con su orgullo y no volvió nunca más por la ciudad del Cusco, llamada por muchos la “capital histórica”.

Juandito, el segundo hijo, fue mi compañero de estudios en la secundaria, también muy caprichoso y a cualquiera que no era de su agrado podía mandarlo al diablo: “Ultimadamente se va usted a la misma m…” eran sus palabras clásicas a las que recurría cuando tenia todo perdido. Pertenecía al Centro Qosqo de arte nativo, fue danzarín de esta agrupación. Con este grupo viajo a varias ciudades del Perú incluso salio de gira artística a Chile y Bolivia. Le gustaba pertenecer al grupo y le agradaba las reuniones después de las presentaciones que terminaban en borrachera.

Clodoaldo su padre en varias ocasiones le insinuó que estudie alguna carrera; pero él jamás lo quiso. Cuando Juan tuvo el primer hijo, recién tuvo la necesidad de estudiar derecho; pero tampoco tenia las condiciones económicas para hacerlo, abandonó la idea de hacerse abogado. Tampoco tenia predisposición, se había acostumbrado a la vida social y holgar así porque si y cuando estaba un poco embelesado, prefería hablar de política y de negocios sin tener dinero, como él mismo a menudo sostenía: “Sin tener ni un puto cobre en los bolsillos”. Al contrario, cuando tenía cinco nuevos soles en las manos solía decir: “Hermano, aquí hay plata más que el mismo Atahualpa, para gastar como loco…”.

Recuerdo que en el gobierno de Velasco Alvarado a los pequeños mineros les dieron dinero para impulsar sus empresas. Creo que fue unos tres millones de soles que Juandito recibió a manos llenas. Parte del dinero invirtió en un denuncio minero que tuvo en Marangani; pero él no lo trabajaba, sino dejaba que lo administrara cierto compadre suyo con algunos peones, entre tanto él comprometido con las actividades del Centro Qanchi. Como era soltero, todo lo tomaba en broma, no había nada de seriedad. Los amigos que se emborrachaban con él ni siquiera conocían la mina, sino solo deseaban brindar junto con él, vivir de él. Cuando entraba a la cantina, pedía comida y cerveza para los amigos. La juerga empezaba con la clásica frase que repetía cada vez que levantaba el vaso: “Salud amigos, si lo sois…”.

Aparentemente bastaba que le alaben y las lisonjas emocionaban al pequeño minero y frustrado empresario. Entre tanto, platos extras y bebidas que circulaba para todos los amigos del señor Juandito Hurtado de Mendoza. No tenía aun pareja y así termino malgastando todo cuanto tuvo alguna vez en sus manos. Todo se fue al diablo a falta de madurez, orientación y también disciplina y don de autoridad de parte de su padre también derrochador. Pero tampoco Clodoaldo pudo decirle algo, porque temía las reacciones violentas a través de palabras de su hijo, probablemente serian altamente ofensivas, que tenían que ver con su honor.

Juandito tiene un par de hijos que estudian en diferentes institutos, no puede costearles en la universidad, porque realmente no tiene condiciones. Apenas trabaja en ocasiones en las construcciones y obras civiles que se hacen con alguna institución por las punas llamadas “provincias altas”. Lo poco que trae es para volver a financiar una tenducha que tienen en la ciudad bajo la administración de Piedad, su esposa. Por los alquileres tampoco pagaban; por alguna suerte del destino, obtuvo habitación gratuita por el cuidado de las instalaciones del Club de Artesanos Grau.

Algo que malogro su personalidad y que iba minado su salud es la continua ingestión de alcohol, se hizo alcohólico. En la desesperación de su mal, cogía dos soles y buscaba amigos. No sabía qué hacer y retornaba por la noche totalmente ebrio. Algunos vecinos lo conocen de borrachín y anda por las calles todo descuidado. Constantemente se le ve con los amigos que no faltan, momentos de ocio en los cuales no dejan de contar sus desventuras. Bebe continuamente con otro paisano apellidado Valdivia que igualmente fue compañero nuestro todavía en la escuela 791.

Eduardo, el hermano menor, todavía de adolescente empezó a beber alcohol. La ansiedad por el licor la tenia cada tarde, fueron inicios de su enfermedad. A partir de las siete de la tarde, iba a buscar amigos y retornaba a casa insultando: “Que tal carajo ese cholo ch. de su madre se estaba dirigiéndose a mí de esa forma carajo. Que tal atrevimiento de levantarme a mí la voz carajo…”. Se ponía a dormir desde las dos o tres de la mañana hasta las nueve del día siguiente. No tenía ganas de hacer nada y en la tarde otra vez estaba pensando salir a la calle en busca del codiciado licor, luego de haberse alisado los cabellos con un poco de agua.

La última vez que lo vi fue en Cusco, en la puerta del colegio Gracilazo. Descalzo, pantalones sucios y cubriendo el dorso con una frazada. Yo me hice el que no lo había visto, dando la mirada a otro lugar, pasé desapercibido. Los amigos asumían esta actitud porque en varias ocasiones habían tenido en su casa por compasión; pero Eduardo desaparecía llevándose la plancha eléctrica, la licuadora, libros, frazadas y hasta dinero. A nuestro amigo Cucho Falconi por ejemplo, le robo libros y de los mas voluminosos y todo era para venderlos y tener algo de dinero para comprar licor o cerveza.

Eduardo se daba cuenta de todo estos actos delincuenciales que cada vez deterioraban su salud y hacía perder amigos. Pero más pudo la ansiedad por el licor que incluso le robó a su mismo padre herramientas de minería como son: combas carretillas, barrenos y todavía en son de burla solía encargar a sus amigos desde Puerto Maldonado: “Volveré a mi casa cuando pase la tormenta…”. Por esta razón no deseábamos encontrarnos con él, porque seriamos victimas potenciales de robo por Eduardo, por tanto no deseábamos su amistad. De todos aquellos actos, parecía que Eduardo no se daba cuenta. Todo cuanto obtenía por las escasas oportunidades de trabajo, era destinado también para el licor.

Además agregaba en son de broma: “¿Oye carajo, tu crees que por gusto me apellido Hurtado de Mendoza? Alguito siempre tengo que hurtar…”. Al escucharlo simplemente nos reíamos, no podíamos hacerle nada. No sabemos si se casó, si tuvo algún hijo, en qué trabajaba, ni nada. Ciertos días que estuvimos junto con él en la mina, cuando todavía era muy joven, observaba que se rascaba todo el tiempo y constaté que estaba lleno de liendres y piojos. Jamás vi tantos parásitos como tenia Eduardo en el cuerpo, era un indicador que estaba por el camino de la ruina. Esta situación a su padre no le interesó nada en absoluto.

Dijeron que se había ido a Puerto Maldonado y hace más de 20 años no vuelve y probablemente lo han matado y como siempre ocurre, tirado a un gran río y su cuerpo devorado por los animales. A su padre solo le brota alguna lágrima, porque no sabe dónde se encuentra y tampoco dispone de recursos económicos necesarios para ir en su busca. Su madre tampoco hizo nada por él, porque nunca tuvo nada que ofrecerle. Por las noches llora sola su desventura pensando en la imposibilidad de hacer algo por aquel ser fruto de sus entrañas y que como toda madre amo en su vida.

Ella que fue la primera esposa de Clodoaldo, Guillermina termino como trabajadora del hogar, en la actualidad vive en Sicuani vive con Juandito y permanece a su lado esperando la muerte. Esta imposibilitada de caminar, siquiera doblar un poco las articulaciones de las rodillas y las caderas. Sufre mucho con la artrosis; para sentarse, como para agacharse ni siquiera puede hacer sus necesidades corporales. Al intentar flexionar las articulaciones le duele mucho, tiene que tomar calmantes. Caso que no lo haga la flexión de las articulaciones le hará gritar de dolor. De vez en cuando su hijo Juandito le acompaña al hospital o le separa turno para ser atendida en el seguro social.

Todo esto es consecuencia de demasiado contacto con el agua fría y caliente. Felizmente alguien tuvo la compasión de aconsejarle de pagar un seguro facultativo al IPSS y por derecho, exige periódicamente sus medicamentos, no importa aunque sean solo calmantes, al menos cuando deje este mundo sus exequias ya están garantizados. Además la ONP le paga una pensión mensual por haber trabajado como domestica, la anterior ley le favoreció.

Aquellos años, Clodoaldo joven aún se convirtió en pequeño minero, deseaba hacerse rico. Buscaba evidencias o rastros de existencia de minerales conocidos y raros, gastaba cantidad de sus recursos económicos en aquellos menesteres. Hasta el punto que se convirtió en un tipo de enfermedad que minaba su alma. Él sabía todo lo que había acontecido en la época de los incas, seguido por la época colonial con los españoles, estuvo interesado de adquirir un detector electrónico, estaba al borde de la locura.

Cuando recién se introdujeron las computadoras “XT”, Clodoaldo consiguió uno de ellas; pero que había que saber algo de inglés para leer las instrucciones para operar la máquina. Tampoco confiaba en los traductores y lo peor, no quería pagar algo a nadie, porque tal vez se apoderarían del tesoro que ansiosamente a él le correspondía. Cierto día, cuando pregunte a Juandito: “Cómo le va a tu papá con la nueva computadora”. Respondió entre risas lo siguiente: “Mi padre esta loco, ha llegado un momento que entre él y la computadora discuten y a veces no se ponen de acuerdo para encontrar el tesoro escondido…”.

Esta forma de pensar al igual que sus ilusiones, también trasmitieron a su hijo y fue la razón por el cual Juandito no quiso estudiar alguna profesión. Juandito deseaba enriquecerse empezando como pequeño empresario minero, como hemos señalado más arriba. Yo reflexiono que fue preferible ser aunque sea un humilde maestro de escuela, percibiendo un sueldo no obstante mísero, que estar andando sin rumbo buscando tesoros escondidos actividades totalmente absurdas si carecía de valor para hacerlo.

Clodoaldo, tenía varios pequeños denuncios mineros, fuimos a Wakaka (Provincia de Paucartambo), donde pescamos trucha y cazamos venados. Solo vimos oro en polvo que aumentaron de tamaño solo al mirarlas con un lente de aumento. Después de haber permanecido tres semanas, retornamos. No hallamos el metal precioso en grandes cantidades, como supuso su padre Don Clodoaldo. Se agotaron los víveres, nuestras esperanzas se tornaron vanos, otra vez estábamos como antes y pensar en estudiar o trabajar, era todo cuanto nos quedaba.

Hubo varias ocasiones que Clodoaldo después de muchos años, concilie nuevamente con su anterior pareja; pero el destino no quiso y todo quedó como estaba. Yo hubiera apostado que era la oportunidad de reconstruir su vida. Pero el destino hizo que otra vez Clodoaldo acusara a su ex mujer lo que siempre decía, dirigiéndose todavía a Juandito: “La puta de tu madre, sigue siendo la misma carajo…”. Juandito tuvo que tragar la hiel amarga de aquel infeliz encuentro que tuvieron sus padres. Como si él tuviera la culpa, no hubo esperanzas para nada y dejaron a un lado aquellos deseos.

Clodoaldo vive aun con la mujer de su segundo compromiso, Faustina y sus hijos todos independientes. Ella cuida de su marido Clodoaldo, asiste en sus achaques de dolor, le alcanza siquiera infusión de hierbas, le lava la ropa, porque mal o bien es padre de sus hijos, además de haberle dado el apellido a Antonio que no fue hijo suyo. A Clodoaldo, los hijos de su primer compromiso no le visitan, salvo los que tienen con Faustina y trata de aconsejar a sus hijos, todo cuanto deben hacer y no hacer en la vida.

Se deshizo de un terreno en Sicuani con construcciones precarias vendiéndolo a un tal Tayro de Onoccora que incluso ya murió. En el lugar hay una construcción de tres pisos, al verlo solo recuerdan que un día fue su casa, donde ellos hubieran vivido hasta hoy. En Cusco no tienen siquiera un precario cuchitril de su propiedad. El dinero era imprescindible, no supe en qué y cómo lo habrían gastado; pero mas seguro que era para alimentos, necesidad básica que nadie puede prescindir, sobre todo los niños que no entienden por qué faltan los alimentos en casa.

Lo importante es rescatar sus concepciones y percepciones de la vida que llevaba todavía Clodoaldo. Se creía de la alta alcurnia de la corte del rey Carlos de España. En otros momentos de su locura, aseguraba que procedía de una dinastía real de los incas que gobernaron el Perú. Decía que había ido a la universidad a estudiar ingeniería civil; pero no concluyo, era mentiroso. Afirmó además que había leído a Marx, Lenin, filósofos y economistas; pero a pesar de su pobreza era más derechista y conservador que los mismos empresarios neoliberales y funcionarios públicos de Cusco.

Decía que ellos “habían nacido para mandar y no para obedecer”. Siempre tuvo la ilusión algún día ser un empresario y todas estas ideas influyeron en la mente de sus hijos. Si bien es cierto que había que tener una visión parecida del futuro; pero pensar que sea el camino, también es otro error y el resultado esta ahí, ninguno de sus hijos fueron profesionales, excepto Joselo que es policía de esquina en la PNP.

Conocían de minerales, cómo se presentaba el cobre, la plata y el oro en estado natural. A Clodoaldo se le pudo ver siempre con su sacón marrón de cuero, sus pantalones café oscuros. Un día, en sus andanzas había encontrado un mineral especial y que decidió molerlos sobre el saco de cuero, de manera que al final la prenda resulto con agujeros. Hizo esto para no desperdiciar el oro en polvo que según decía tenía el metal ya molido: “Contiene oro en polvo y mínimas cantidades de plata”, estaba chiflado.

Soñaba con grandezas, si bien es cierto que la gente no debe dejar de tener espíritu emprendedor; pero Clodoaldo era exagerado. Viajaba siempre a Cusco, tal si fuese un alto ejecutivo o funcionario del Ministerio de Energía y Minas, su maletín de cuero cogido con la mano derecha, su sacón característico y su apresurado andar, inquietaba a los vecinos. Cuanto de dinero habría gastado en sus andanzas. No quería que le ayudemos tampoco con el maletín, porque aparentemente quería comunicar a la gente: “Él estaba viajando o llegando… y no otro traposo como hay tantos que no tienen alguna ocupación”. Al retornar lo hacía a toda prisa, entrar a su casa y examinar las piezas de minerales con una lupa. También tenía algunos libros de mineralogía, leía prolijamente para sacar alguna conclusión.

Le gustaba beber sucesivas tacitas de café con pan; pero no le desagradaba las bebidas alcohólicas. Cuestionaba a aquellos que se daban a la bebida; pero todas estas ideas y apreciaciones de la vida, no surtieron efecto en sus hijos. Como dijimos Juandito y Eduardo eran alcohólicos empedernidos y que cada vez más se les fue agravando su adicción por el consumo del alcohol.

Tenía la “enfermedad” de buscador de tesoros, enterrados por los españoles. También los tesoros escondidos por los incas. Recuerdo a los viejos del Oeste norteamericano que también eran buscadores de tesoros, que casi nunca hallaban algo y si lo encontraban, carecían de capital para explotarlo. En el sur del Perú, Clodoaldo era uno de aquellos que se había fanatizado con los tesoros ocultos y que le llevo a la absoluta pobreza.

Para ser objeto de admiración por sus interlocutores, tenía entre manos en una cajita de fósforos pedazos de mineral con el cual mandaría hacer objetos artesanales para exportar. Todo cuanto deseaba trasmitir al otro interlocutor suyo, era causar admiración, en los millones de soles que significaba aquello y además todos sus proyectos maniáticos: “Todo cuanto dirían sus vecinos, parientes y amigos. Por fin, Clodoaldo supuestamente se había enriquecido tanto que incluso podría dar trabajo a todos aquellos zarrapastrosos que lo quisieran”. En todo momento el orgullo no dejaba de distinguirlo entre los demás.

O el último descubrimiento que había hecho en cierto lugar de acuerdo a un documento que había caído en sus manos. Se trataba de la cadena de oro de Huáscar. Hizo excavar el pantano de Raqchi que se encuentra a un lado de las ruinas del templo de Wiraccocha. Contrató peones que trataron de sacar todo el lodo con cubetas de aquel pantano y hallar la codiciada cadena. Montó guardia nocturna a la orilla de la ciénaga creyendo que quizás alguien podría sacarla en horas de la noche. Nunca lo hallaron, decía que era a falta de fe de él y de los trabajadores. De esa forma mando hacer incluso una misa en la catedral del Cusco. También recurrió a los curanderos andinos, que miren las hojas de coca; pero no dieron ningún resultado.

Era conservador, creía que tenia razón en todo y los de nuestra generación nada. A menudo discrepaba con su hijo Juandito, este también tenia en mente sus ideas revolucionarias de inspiración marxista. Nunca se pusieron de acuerdo, el padre un viejo experimentado y el hijo joven que se ilusionaba fácilmente porque empezaba a vivir la vida, pero ambos dogmáticos. Hasta que “rompieron palitos”, hoy viven separados, a ninguno de los dos importa la vida de nadie.

Clodoaldo, en su relación con las personas desconocidas se presentaba: “Hurtado de Mendoza para servirle…”. Miraba a los ojos hasta hacerles bajar la vista a sus inter locutores y de esta manera según las palabras de Clodoaldo: “Les hacía acobardar y ya lo tenía dominado al cholo”. Me pregunto: ¿Dominarlos para qué o con qué propósito? Este fue uno de los factores para su fracaso. Le falto humildad y sencillez, fue muy prepotente, voluble y soberbio. De esa forma la gente en lugar de acercársele, huían espantados. Las otras personas ya no querían hablar con ellos ni menos hacer tratos, prácticamente huían de su encuentro con él y su familia. Clodoaldo no tenía nada, su personalidad lo fundó en glorias pasadas. Pero estaba en la calle como cualquier rata miserable, con la ropa sucia y despidiendo malos olores por no haberse bañado y como siempre, como tantos otros, esperando el desenlace final. No les faltó razón que aquellos que le conocían decían de él que era un típico “rico traposo”.

Juandito hijo de Clodoaldo ostentaba parecida personalidad, no paraba de impresionar al otro que él era alguien de la alta sociedad, que estaba bien relacionado con los ingenieros que exploraban o explotaban los yacimientos mineros de la zona y la región. Sabia de los precios del cobre, la plata y el oro igual como de la ley que poseían. Siempre estaba pensando en una reunión o acuerdos que tenían con los ingenieros de la universidad y que trabajaban como docentes en Geología, Metalurgia o en Ingeniería de minas.

Era sorprendente su paranoia, hablaba de grandezas que los seres mortales no habían pensado siquiera. Hablaba de mercancías de exportación e importación y a qué países se podría hacer. Entre tanto las copas de licor iban y venían, el floro llenaba el ambiente. No podía con su genio en el trato con las personas, siempre le agregaba algo de minería, que tenían planes de hacer exploración minera y los millones que se repartirían con su socio. Era un mitómano empedernido, hablaba que en “cancha” tenia minerales que necesitaban urgente tratamiento y para lo cual buscaba un socio capitalista que tenga dinero “contante y sonante”.

Su mujer al igual que su madre ya lo conocía qué tenía Juandito, era presa del delirium tremens. A su edad seguía soñando con grandezas, ero tampoco hacia nada para lograr la meta que se había propuesto hace más de 36 años. Los años que habían pasado fueron vanos, seguía repitiendo las mismas mentiras a todos sus amigos. Y los otros al escucharlo solo le soportaban porque sabia algo del tema y parecía que tenia alternativa para todos los problemas. Fue una clara influencia de su padre. Éste que ya esta al borde de la muerte habría evaluado alguna vez su forma de proceder con su ex esposa como con sus hijos. Nadie lo sabia, quizás sus hijos y el mismo Juandito lo sabría.

Tanto marido y mujer criticaban a todo el mundo porque ellos eran Hurtado de Mendoza y la otra Villafuerte, obviamente eran apellidos que en la época colonial habrían brillado de riqueza y de alta posición social. Cuanto añorarían las épocas pasadas y esto se expresaba cuando cantaban valses, boleros criollos y los famosos tangos de Argentina de la década de los 30 del siglo pasado. En sus actitudes también se expresaba cómo odiaban a la raza indígena los culpables del atraso y la postergación de un país prospero. A todos los insultaban de “cholo” e “indio”, solo ellos eran los instruidos y sabios, los que estaban llamados a ocupar un lugar en la sociedad.

El Perú era un país racista es la razón por la cual la gente se cambia de apellido, se teñía el pelo, casi todos querían ser blancos y las cantantes de ascendencia indígena eran rubias. En las películas siempre ganan los blancos, los periodistas de televisión también blanquinosos casi siempre entrevistan a los blancos, solo ellos tenían la razón en todo. Hay chistes de todo tipo que tienen que ver con las razas los cholos quedan mal parados eran el hazmerreír de la gente. Nadie quisiera ser cholo ni indio, ellos hablan y son atrasados no hablan bien el castellano, son la “lacra de la sociedad” y los blancos los mas entendidos que habían estudiado su condición social.

Uno de los hermanos menores de Juandito, Joselo también tenía casi la misma personalidad. Era campeón en usar la boquilla, era otro embaucador que había aprendido mucho de su progenitor. Contaba que como policía que era había enfriado a varios rateros. En realidad cuando tuvimos problemas serios con uno de los amigos de lo ajeno en el barrio donde vivía en Cusco temblaba de miedo y jamás volvió a aparecer. Atine en decirle que muchos oficiales sean militares so policías tenían a su ladrón que trabajaba para ellos y era la razón por el cual jamás eran encarcelados y el pueblo inocente seguía creyendo en ellos.

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