martes, 9 de marzo de 2010

EMPLATANADO POR LAS MUJERES

Nadie pensó que Eustaquio Rodríguez a los 79 años de edad acabaría sus días en la misma comunidad donde nació. Una tarde todo harapiento y brillando de mugre, fue abandonado por su hermano Eutropio. Aquel día estuvo acompañado por Zenón uno de sus sobrinos legítimos. Eustaquio pertenecía “a la tercera edad”, luego de reinstalarse en la comunidad, empezó a pedir limosna de casa en casa. Hasta sus hijos odiaban y deseaban verlo muerto. Cuando lo tuvieron delante prefirieron “ubicarlo” en un galpón que fuera su casa. Hace muchos años que la había abandonado y que en aquel momento se encontraba sin techo. Permanecían todavía los muros de adobe y piedras soleados por el paso del tiempo. Sus familiares, incluido sus hijos, sentían repugnancia debido que todo el cuerpo, aún con vida del autor de sus días, los harapos que llevaba encima estaban llenos de piojos y liendres.

Naturalmente, una semana antes del inicio de su estadía en la comunidad, su hermano y sobrino optaron por deshacerse de Eustaquio dejándolo en los galpones sin techo que aquellos años en su juventud fuera su hogar. Por enseres solo tenía un saquillo de rafia muy usado que contenía su escasísima ropa. Otra bolsa transparente de plástico de esas que usan para transportar fertilizantes, contenía la utilería de plástico y aluminio abollados, todo sucio y negras por el uso y el paso del tiempo.

A Eustaquio el vicio del alcohol lo persiguió hasta el último día de su existencia. Cuando trataba de comunicarse ya no se le entendía nada. Sólo se escuchaban interjecciones sin sentido, al tiempo que hacía señas con ambas manos. Pasaba la noche en los galpones abandonados y vacíos. Otras veces dormía en los bordes de las chacras; el pobre, no sabia ni tenía a donde ir. En la casa donde transitoriamente estuvo alojado, tampoco pudo hacer las tareas más elementales de tipo doméstico como pelar papas o quitarles la cáscara al haba remojada y ni siquiera podía lavar los trastos de cocina. La última vez que lo vieron fue cuando ingresaba dentro de los trigales y fue cómo en aquellas circunstancias una mañana apareció muerto. Al pasar por el lugar notaron que en el ambiente había un hedor putrefacto, igual como de cualquier perro muerto en estado de descomposición.

Dieron parte a las autoridades comunales, quienes entraron a la parcela y encontraron tirado al hombre y ya casi completamente devorado por los canes. Solo se podía ver las coyunturas de los miembros. Corrió el rumor de su muerte y sus hijos no tuvieron más que preparar sus exequias. Pidieron colaboración económica a todos los comuneros y de este modo recién fue sepultado como un cristiano. En el momento de colocar dentro de la fosa solo una de sus hijas hizo la pantomima de llorar. Pero los familiares se dieron cuenta que todo el acto era fingido. Los asistentes se limitaban a escrutar con sus miradas directas buscando los ojos de sus hijos. En ciertos momentos esquivaban las miradas a todos aquellos que decían eran sus parientes.

Lo conocían con el apodo de “Plátano” porque cuando todavía era joven, solía enamorar a las cocineras y lavanderas de su patrón. Acostumbraba galantear diciendo: “Engracia yo me estoy enplatanando[1] de ti…”. Al oír estas palabras la empleada cogía agua fría o caliente en una cubeta y se lo echaba en la cara. Vaciaban todo el contenido del líquido y sin medir las consecuencias que pudieran causarle la muerte por bronconeumonía. Todas sus desventuras y penas casi siempre los ahogaba en copas de licor que adquiría en el barrio a medio sol y que los ingería sólo o acompañado por sus amigos que no faltan en ningún lugar.

Lo más increíble era, que siendo pobre y miserable pensaba como los hacendados de la vieja oligarquía. Por ejemplo su patrón tenía tierras por hectáreas y ganado mejorado que los vendía periódicamente. Frente a las otras personas que tenían condición humilde, Platanito se llevaba las manos a la cintura y se daba aires de jefe o dueño de los terrenos o las casas que había por el barrio y que eran de propiedad de su patrón. Contaba que había trabajado en la mina CALPA S. A. También recordó que había laborado de pastor de ganado vacuno en las haciendas de Ayaviri. Aprendió el autoritarismo de sus patrones para dirigirse a los peones que trabajaban por un mísero salario. Esta forma se actuar y sentir continuó desarrollándose en su persona cuando vivía todavía en la ciudad de Puno, trabajando para su patrón cuidando cerdos.

Su hermano legítimo llamado Eutropio, cuando supo que “la muerte iba tocándole los talones” decidió deshacerse de su hermano mayor Eustaquio apodado “Platanito”. Cuando devolvieron a Platanito a su pueblo, luego de un rápido examen médico, Eutropio atino a decir dentro de sí: “Que diablos, mi hermano no trabajó conmigo, jamás lo hizo para mi, ni a buenas menos a malas. Que le cuiden y entierren sus hijos o su patrón que lo ha explotado tantos años. Que tal lisura, por qué tendría que cuidarlo yo, hay que llevarlo a donde están sus hijos, es lo único que podría hacer…”.

Determinaron trasladarlo y una vez que el sobrino de Plátano y su hermano Eutropio estuvieron frente a sus hijos estos reaccionaron: “A nuestro papá nos lo entregan totalmente bueno de salud. Nuestro padre no era así como se encuentra en este momento. No tenemos ningún deber de recibirlo, mejor llévenselo nomás tío…” De ese modo Plátano fue rechazado por sus hijos. Eutropio y su sobrino se miraron la cara. Esa tarde a Plátano hicieron almorzar bien en un restaurante. Como si aquel miserable almuerzo de aquél día le durase por el resto de sus días. Le invitaron chicha y licor; prepararon su retorno a la comunidad, con la idea de abandonar a su suerte al pordiosero Plátano.

La vida de Plátano era totalmente infeliz. Su mujer murió a causa de los maltratos que le causaba cuando Plátano era todavía joven. Nunca se interesó ni pensó por los alimentos, vestidos ni la educación de sus hijos. Los abandonó a su suerte y ahora llevaban una vida pobrísima y miserable que sorprendería a cualquiera. Sus hijos hoy tienen familia, quizás tendrían fundadas razones para no saber nada de él. Jamás visitaron en vida a su padre en Puno, ni siquiera preguntaron por él. Actitud que sorprendió a todos los parientes que ese momento comentaban de todo.

En Puno, lo veían dando vueltas por el barrio de la urbanización Progreso, por un plato de comida, con un par de latas vacías ya oxidadas. Algunas mañanas salía muy temprano, cogiendo su tarro de leche gloria vacía que le serviría para pedir alimentos. También llevaba una bolsa de rafia donde guardaba ropa y un pedazo de plástico que le servía para cubrirse de las repentinas lluvias que pudieran caer. En la casa de su sobrino gustaba que le den el almuerzo a las doce en punto. En caso que no fuese así, simplemente tiraba la comida a los perros. Era muy engreído, se enorgullecía porque tenía un sobrino sumamente rico, mas éste no le tomaba en cuenta para nada.

Un día Eutropio Rodríguez lo llevó a CTP televisión de Puno a denunciar al sobrino magnate por no haberle pagado beneficios sociales de trabajo como cuidante de su casa por más de 30 años. El aludido sobrino, argumento ante los entrevistadores: “Mas bien a mí sus hijos y hermanos, deberían pagarme por la alimentación que me ha costado brindarle durante tantos años, porque en realidad mí tío Eustaquio no hacía nada en casa. Al contrario, lo tenía en mi residencia solo porque era su tío legítimo”, concluyó argumentando a su favor el ricacho. La demanda quedó allí, Plátano no obtuvo ni un céntimo por las súplicas que hizo a su acaudalado sobrino.

Según contó posteriormente Eutropio, cuando estaba por formalizarse la denuncia, el sobrino millonario coimeo al juez, abogados e inclusive a los secretarios del juzgado para que el caso fuese archivado. Eutropio no entendió la razón por qué el sobrino solvente dio dinero a aquellas autoridades en lugar de donarle a su tío materno. En la actualidad el mismo sobrino rico, también murió. Solo Eutropio piensa dentro de si: “Si en algún momento de su estado de coma, habría pensado en su tío legítimo que padeció en vida como si fuese un perro cualquiera, dando vueltas en su puerta por un poco de comida”. Todos los vecinos de la urbanización Progreso comentaba que el hombre rico, efectivamente abandono este mundo. Pero lo hizo luego de haber asegurado bien su riqueza entre los suyos. Además luego de haber perjudicado a su tío, cuando éste trabajaba de cuidante de su casa y fábrica.

Eustaquio jamás tuvo casa en Puno, solo sus sobrinos y hermanos a quienes tampoco importaba su vida, le daban un alojamiento transitorio. Acabó sus días de la manera más horrible y qué contrariedad, al lado de sus hijos que cada vez se hacían los sordos y ciegos. En Perú en la década de los 2000 los niveles de pobreza se fueron incrementando y casos parecidos como de Eustaquio Rodríguez había por miles. Algo tiene que ocurrir para que esta situación cambie y que todos esperan clamorosamente.
[1] Enamorando.

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