lunes, 8 de marzo de 2010

EL OSO HIJO DEL CURA

Un cura, se había enamorado de una hermosa joven y tenía la costumbre de ir a visitarla cada fin de semana. Una tarde, fuera de lo habitual, el cura fue a la casa de aquella joven; pero aunque tocó y tocó la puerta, nadie respondía. Rodeó la casa, tratando de ingresar por la puerta trasera; pero ésta también estaba cerrada. Fue entonces que se acercó sigilosamente hacia una ventana y echó una mirada a través de ella. Al hacerlo vio con sorpresa que allí estaba su joven amante, bañándose totalmente desnuda en una tina con una solución verdosa. Pudo distinguir que en las cuatro esquinas de la habitación había velas encendidas.

Las paredes estaban adornadas con cuadros de pinturas extraordinariamente atrayentes, asimismo los muebles ostentaban un fino acabado. El lecho tenía cobertores con bordados con hilos relucientes de oro y plata. Todo esto indicaba que aquella muchacha era sumamente rica. El cura se preguntaba cómo había llegado a tener tantas riquezas. Para sorpresa del cura, la joven al terminar de bañarse, cogió una de las velas encendidas y se la introdujo por el ano y emprendió el vuelo atravesando la ventana rápidamente. El cura que la había observado a escondidas, pensó: “Entraré y haré lo mismo, para saber a dónde va…”. Ingresó por la ventana y se quitó toda la ropa. Luego se bañó con el líquido verdoso, revolcándose en la gran tina, se colocó por el ano otra vela encendida y también salió volando velozmente.

La joven mujer iba volando con dirección sur porque contaban que allí, en una gran ciudad había una mansión resplandeciente de luz, que era el mismísimo infierno, donde vivían todos los demonios que tenían las riquezas más grandiosas del planeta. Los humanos en el afán de enriquecerse fácilmente, tenían que besar el orificio anal de aquellos seres siniestros. El cura logró dar alcance a la joven y ella sorprendida le preguntó: “¿Por qué me has seguido? ¿A qué has venido? ¿Qué vas a decir cuando llegues a la gran ciudad a donde estoy yendo?” El cura no supo qué decir y la joven sugirió: “Te aconsejo que cuando te pregunten: ¿Quién eres?, respondas de esta forma: “Soy tu nuevo hombre, tu humilde servidor”.

Después de cuatro largas horas de vuelo ambos llegaron a aquella gran ciudad. Se acercaron a la mansión y tocaron una enorme puerta. En efecto salió Satanás que preguntó:
- ¿Quién eres?
- ¡Soy tu nuevo hombre, tu humilde servidor! - Respondió el cura.
- Pasen - Contestó el demonio al abrir la puerta. Los amantes se introdujeron en un gran recinto y vieron otra puerta, que tocaron en seguida. Al otro lado alguien preguntó:
- ¿Quién eres?
- Soy tu nuevo hombre - Respondió el cura. Al entrar, se dio cuenta que el otro demonio, tenía los cuernos más grandes de lo habitual, lo cual indicaba que tenía más rango.

Y así sucesivamente tocaron siete puertas más. En la última, apareció otro diablo; pero de más alta jerarquía que los demás, porque tenía los cuernos más enormes, además de tener una larga cola que también preguntó.

- ¿Quién eres?
- Soy tu nuevo hombre.
- Ah, entonces pasa. Te voy a bautizar en este momento - El bautizo consistía que el cura debía besar el orificio anal del diablo, después que éste empezara a soltar los pedos más asquerosos que un ser humano hubiera podido oler y oír. El diablo procedió como fue costumbre, el ambiente comenzó a tornarse insoportable. El cura no pudo resistir más y en el momento en que estaba por besar el orificio anal de aquel ser maligno dijo sin querer: “Jesús, María y José…”. Apenas terminó de pronunciar la frase, desapareció el resplandeciente escenario, el cura se encontró al borde de un precipicio, asustado, triste, solo y con mucho frío puesto que no llevaba nada encima. Trato de divisar si en algún lugar estaba también la bella muchacha, pero no la vio y pensó que la joven seguía en el gran palacete. Tenía muchos deseos de marcharse de aquel peligroso lugar. Pero, temblando todavía de frío esperó que amaneciera. Cuando ya era de día, arañando, rascando y asiéndose de las rocas; a duras penas pudo salir de aquel abismo. Caminó por un sendero desconocido, cubriéndose con ambas manos la vergüenza de las entrepiernas. Al poco tiempo, se encontró con un enorme oso negro. Éste le preguntó a qué se debía su situación y luego que el cura le contó todas las incidencias de lo ocurrido; el oso le propuso:

“Vamos a mi casa, ya que ignoras cómo retornar a tu pueblo, yo voy a criarte como si fueras mi hijo”. El cura aceptó la proposición ya que no tenía otra opción. A partir de aquel día, el cura vivió en una cueva inaccesible que por puerta tenía una gran peña muy difícil de mover. El oso tenía por pareja a una osa que era su mujer. Los tres vivían en armonía y bien alimentados con pura carne, que regularmente les proveía el plantígrado, quien era el jefe de familia. El cura por la relación constante con la osa y por lo libidinoso que era; enamoró a la bestia, sin que se percate su marido el oso.

Posteriormente le hizo parir un oso pequeño, que era mitad humano y mitad bestia. Tenía la facultad de hablar y por lo tanto se comunicaba constantemente con el cura. Sentía también cierta simpatía por el oso jefe que lo había aceptado en su familia, quien además los proveía de carne todos los días, aunque casi siempre los mantenía cerrados dentro de la cueva en previsión que escapen. Un día cuando el osito era ya grande, el cura con mucha nostalgia se puso a observar el horizonte, a través del único agujero que tenia la cueva. Empezó a llorar desconsoladamente y el hijo al ver sollozar a su padre, preguntó las razones por las cuales estaba apenado. El cura, padre del pequeño le dijo:

- Hijo, mi pueblo es muy distante, quisiera salir de esta cueva y marcharme de aquí contigo.

- Si ese es tu deseo, entonces vayámonos - El medio oso sentía un poco de rencor hacia su madre porque no lo trataba bien. Sentía celos que ella prefiriera al cura y no a él, a pesar que lo había amamantado desde pequeño.

Cuando su padre le metió en la cabeza la idea de escapar y ser libres, le invadió una gran curiosidad por conocer todo cuanto había más allá de la cueva donde ambos vivían como prisioneros. No le importo dejarlo todo, incluso planificar la muerte de su madre. El oso ya joven, totalmente decidido en escapar con su padre, probó si podía mover la enorme peña que obstruía la entrada de la cueva y constató que ya era lo suficientemente fuerte como para hacerlo, pues tenía una descomunal fuerza.

- Papá dentro de poco será el cumpleaños de mi madre, la mataremos el mismo día. Haremos hervir agua en una olla grande y la empujaremos dentro - Tal como planearon, el citado día hicieron hervir agua, fingiendo que iban a preparar chicha y cocinaron de todo. Entre tanto, el oso jefe de familia, había ido a buscar alimentos. El joven oso, corría todo presto y entusiasmado de un lado para otro; pero la inquietud que mostraba era fuera de lo normal.

El oso que tenía ya una fuerza descomunal, cogió a su madre por la nuca y la metió en el gran recipiente que contenía el agua hirviendo, causándole la muerte casi instantánea. El oso movió con gran facilidad la gran roca que servía de puerta y huyó con mucha rapidez cargando a cuestas a su padre el cura, antes que apareciera el oso que fue por carne. Caminaron sin rumbo todo el día y pasaron la noche en una choza que encontraron por el camino. Allí les dieron un poco de comida, consistente en papa sancochada y sopa, costumbre muy común en los hogares campesinos. Estos les informaron qué camino debían seguir para llegar al pueblo del cura. Se acostaron en el piso y cuando los dueños dormían profundamente, el joven oso que no podía conciliar el sueño se dirigió a su padre en estos términos:

- Papá hoy no comimos casi nada y me está dando mucha hambre, creo que tienen ovejitas, me voy a comer unas cuantas - El cura trató de evitar que su hijo se comiera a aquellos pobres animales diciéndole:
- Hijo, no puedes hacer eso. Cómo es posible, por compasión nos dieron de comer y nos alojaron. No puedes cometer esa falta y ser tan ingrato con ellos - El oso no hizo caso a su progenitor, salió y devoró todas las ovejas que estaban en el corral. Luego de degustarlas retornó con la boca y manos ensangrentadas. Los dueños continuaron durmiendo y el oso salió sigilosamente de aquella choza cargando a su padre, escapando por la falta cometida en perjuicio de sus bienhechores. Recorrió un buen trecho y llegaron a otro hogar donde nuevamente pidieron alojamiento y un poco de comida. Como era de esperar, aquella otra familia campesina igualmente les proveyó un poco de comida; pero el oso no se saciaba y mientras el resto dormía profundamente, nuevamente se dirigió a su padre diciéndole:
- Papá creo que tienen vaquitas, tendré que comérmelas - Tal como se propuso y sin el consentimiento de su padre, el oso devoró todas las vacas de aquella familia. Como en el caso anterior, el oso huyó cargando a su padre sobre sus espaldas. Por el camino y cuando ya amanecía, a lo lejos vieron a un panadero que traía deliciosos panes, se pudo percibir lo agradables que eran por el olor que emanaban. La cantidad era muy considerable: tres saquillos de pan cargados sobre sendos burros.
- Papá, alguien está trayendo panes, comprémoslos. Las vacas que comí esta mañana no me llenaron del todo.
- ¡Pero con qué dinero vamos a pagar, no tenemos nada!
- No te preocupes, que yo me encargaré de eso. Tú solo pide, yo pagaré la cuenta.
- Bueno hijo, que sea como dices - Pidieron al panadero que se detuviera y el oso comenzó a comer la primera carga de pan. Luego que terminó, el panadero pidió que le paguen la cuenta:
- ¡Por favor, págueme!
- No te impacientes, tú sigue contando los panes, te pagaré todo cuanto estoy comiendo - Contestó el oso y comenzó con la segunda carga. En realidad, estaba terminando de comer todos los panes y sin pagar. Otra vez el panadero reclamó por el dinero que se le debía.

- De una vez págueme, es el segundo bulto que usted se está comiendo y sin pagar - El oso consideró que el panadero lo estaba ofendiendo. Se le acercó y le dio un par de sopapos, ocasionándole la muerte. Se llevaron el resto del pan, dejando al panadero tirado al borde del camino, oculto entre la maleza. Padre e hijo continuaron desplazándose en dirección a su casa hasta que por fin llegaron. El cura alistó algunas ropas suyas y disfrazó al oso, para que nadie se diera cuenta que era mitad bestia.

Pasaron dos años y el cura se sentía muy preocupado: “Que haré ahora, este mi hijo me hace sufrir mucho y come demasiado…”. Decidió pedir el favor de matar al oso a cuatro soldados de un cuartel cercano, quería que acabaran con él. Cocinaron pachamanca y el oso aparentemente distraído, inquieto daba vueltas y vueltas, alrededor de la comida. Entre tanto, los soldados que estaban bien ocultos cual si fueran francotiradores apuntaron con sus fusiles directo al pecho del oso y dispararon. Las balas no le hicieron la menor mella al joven oso. Según se cuenta, las balas se enredaron en el pelo de la bestia. Cogió a los soldados uno a uno y los golpeó hasta dejarlos totalmente inertes. Luego se dirigió a su padre diciendo:

- Papá, que tal lisura carajo, estos cachaquitos habían estado poniéndose muy listos, a todos los cogí a sopapos y ahora están durmiendo - El cura solo se limitó a escucharlo y al ver a todos los soldados muertos, se puso muy nervioso: “Y ahora qué haré, quizás podría enviarlo a la torre del templo…”. El cura con engaños mandó a su hijo, tocar la campana de la torre, al tiempo que envió a otros soldados tras él. Según lo planeado estos empujarían al oso y al caer de tremenda altura éste seguro que moriría. Sin embargo, luego que el oso estuvo arriba y al sospechar que algo andaba mal, sorpresivamente se dio la vuelta y cogió a todos los soldados y los lanzó por las ventanas de la torre, el cura estaba inquieto por la deuda de vidas de los soldados.

Seguidamente el cura ordeno a su hijo y unos hombres que saquen una gran piedra de la parte central de la plaza donde se construiría un edificio. En el gran hoyo que quedaría abierto, los hombres empujarían al oso y seguidamente cubrirían con la gran peña con lo cual aplastarían al oso causándole de esta manera su muerte; pero sucedió todo lo contrario, el oso enterró a todos los trabajadores que querían matarlo. El oso dio cuenta de este hecho a su padre. El cura estuvo sumamente preocupado sobre los problemas que su hijo le estaba causando.

Ocurrió que en un lugar aledaño había un toro bravo y salvaje que estaba matando a la gente al cornearlos. El cura deseaba como dé lugar, la muerte de su hijo, esta vez entregándolo a la furia de aquel toro salvaje. Compró el terreno donde el toro embestía a la gente, determinó enviarlo ahí y se dirigió a su hijo para decirle:

- Hijo ve al lugar donde se encuentra el toro bravo y tráemelo - Sin la más mínima duda ni temor, el oso fue a donde estaba la bestia. Cogió al toro por los cuernos y le torció el pescuezo como si fuese una simple oveja. Luego ya muerto el animal, lo cogió por la cola y se lo echó a la espalda asiéndolo por la cola. Retornó cargando la enorme bestia y al ponerla delante de su progenitor exclamó.

- Que tal carajo, el torito había querido cornearme, aquí lo tienes papá como lo quisiste - El cura ya no sabía qué hacer. “No soporto más. Que vaya a la selva y los tigres y leones lo devoren. De una buena vez la bestia de mi hijo que se muera, solo de esa forma me evitaré muchos problemas”. Consecuentemente el cura ordenó a su hijo que fuera por leña a la selva, porque la que tenían en casa, empezaba a escasear:

- Ahora hijo tienes que ir a la selva por leña. Llevarás 10 mulas y caballos sobre las cuales cargarás sogas y fiambre - El oso muy obediente se fue por la leña y luego que llegó a la montaña, descargó todo cuanto había llevado con él. Soltó a las mulas y caballos, para que paciesen, también él comió su fiambre y luego comenzó con la faena del recojo y junta de leña.

Cuando todo ya estaba listo para cargar sobre los equinos, empezó a buscarlos por todas partes; pero no había ninguno de los animales. Todos habían sido devorados por los leones y tigres de la selva. Solo encontró montones de huesos, sangre y pedazos de piel aquí y allá. Al ver esto, montó en cólera y cogiendo una reata, a puro latigazos reunió a los animales salvajes, poniéndolos a cargar la leña, al tiempo que les decía: “Que tal lisura carajo, ustedes se comieron mis animales, tendrán que pagar cargando la leña hasta mi casa, si no obedecen mis órdenes, uno por uno los mataré carajo…”.

Retomó el camino de regreso y para sorpresa de todos los habitantes de aquel pueblo, los animales salvajes ingresaron con su respectiva carga de leña. La gente trataba de ponerse a salvo, observando el espectáculo totalmente horrorizados y temblando de miedo. Luego ya frente a su padre el oso dijo:

- Papá que tal lisura carajo. Estos animales devoraron todas nuestras mulas y caballos, no tuve más remedio que cargar la leña sobre ellos.

El cura otra vez sorprendido y creyendo que por fin había encontrado la solución, se asustó y pensó: “Ya sé qué hacer con mi hijo”. Se puso a llorar desconsoladamente por su desventura al tener un hijo como aquel, que si bien lo sorprendía con su extraordinaria fuerza, también lo comprometía en muchos problemas lo cual le causaría a la postre miseria e incluso podrían llevarlo a la cárcel. Creyó que por fin había hallado la alternativa adecuada y con esto la inminente muerte del que fuera su amado hijo.

Luego que se calmó, tomó el asunto con tranquilidad. En días anteriores mientras su hijo el oso se encontraba en la selva recogiendo leña, se había enterado que en una hacienda lejana el propietario que también era cura, había muerto y retornado a esta vida como condenado con el propósito de devorar a los habitantes de aquel pueblo. Todos los pormenores que ocurrían en aquella hacienda, el cura hizo saber a su hijo y luego le propuso:
- Hijo, un conocido mío se ha condenado, esta por acabar a todos los habitantes del pueblo y tú podrías salvarlo...
- Bueno papá, no hay problema. Voy a ir, pero manda hacer un bastón de hierro y un muñeco de madera que sea muy bonito y parecido a mí - El cura cumplió con el pedido de su hijo el oso. Este del todo obediente fue a aquel pueblo, cargando los alimentos y todos los enseres que necesitaba sobre dos burros, para cumplir con su objetivo.

Llegó al pueblo y no encontró a nadie, estaba totalmente vacío. Todos sus habitantes habían huido. Algunas casas y tiendas estaban con las puertas abiertas y el oso aprovechó la ocasión para sacar de ellas panes, galletas y gaseosas. En la casa parroquial, comió su fiambre y luego de saciarse, durmió hasta el atardecer apoyado contra la pared. Repentinamente el condenado entró por el gran portón. Primero apareció una de sus piernas, luego la otra, después el cuerpo y por fin la cabeza y brazos. Era un ser gigantesco y grotesco, éste al ver al oso inmediatamente lo cogió por los hombros y el cuello y le propinó golpes contundentes, tratando de hacerlo trizas. El oso reaccionó golpeándolo con el bastón de hierro. Los golpes con el bastón fueron tantos que aquel condenado, en un instante estuvo totalmente desintegrado, hecho pedazos y adherido a las paredes de aquellas construcciones, como si fuese masa de harina para elaborar pan.

El condenado se reintegró y se reinició la furiosa pelea, hasta que la tierra retumbó. Pelearon como nunca, el oso estaba agotando sus últimas fuerzas y en un momento de descuido hábilmente tiró el muñeco de madera contra el condenado. El condenado y el muñeco se trenzaron en una pelea desigual, entre tanto el oso recobraba sus fuerzas. El condenado se dio cuenta que aquél no era el verdadero oso y lo lanzó lejos. Cogió al oso; pero éste lo desintegró nuevamente utilizando el bastón de hierro. El oso ya exhausto, seguía luchando con el condenado que estaba por vencerlo.

En aquel instante, recordó todo cuanto le había aconsejado su padre, que a su vez había pedido recomendaciones a un cura, según éste el oso tendría la posibilidad de ser un hombre normal como todos los demás: “Si el condenado estuviera por dominarle, que trate de jalarlo dentro del templo, sobre el altar hay un gran libro para celebrar misas, que lo golpee con él en la cabeza, así se salvaría también al cura condenado”.

La pelea continuaba, el oso encima del condenado, éste debajo de aquel y en otro momento el otro encima. Poco a poco fueron acercándose a la puerta del templo. Luego dentro, disimuladamente el oso cogió el libro que estaba sobre el altar y golpeó al condenado en la cabeza; inmediatamente el condenado sufrió una transformación, se había convertido en una hermosa paloma blanca que pronunció palabras de agradecimiento hacia el oso:

“Gracias por haberme salvado. Quédate, con mi hacienda y con todas mis riquezas. En mi casa tengo una cantidad enorme de tesoros”. Diciendo esto se elevó hacia el cielo para perderse en el firmamento. Cuentan que aquel cura se había condenado al acumular riquezas por besar el orificio anal del demonio, al igual que el cura, padre del oso estuvo a punto de hacer. El oso subió a la torre del templo y tocó la campana para convocar a la gente, gritando a voz en cuello: “Ya no teman, regresen a sus casas el condenado ya no está. Ha desparecido, y ya no volverá más por aquí…”. Entre tanto el oso sintió en el cuerpo comezón y cosquilleos; pero no le dio la menor importancia. Envió una comisión a su padre, encargando que venga al pueblo.

Luego que llegó su padre, acompañado por el cura que le había aconsejado, éste llevó a cabo una misa y cuando concluyó la ceremonia, para sorpresa de todos los asistentes, el oso que tenía las facciones raras tomó una apariencia más humana, los cabellos que los tenía un poco erizados se alisaron y hasta parecía que se había reducido un poco de tamaño. Se tocó el rostro y se sorprendió al encontrarla suave y sin ningún pelo. Se sorprendió más aún cuando la piel áspera que lo cubría, empezó a desprenderse transformándose en un ser humano normal. Perdió también la fuerza extraordinaria que tenía.

De esa manera en aquel pueblo se salvaron todos. Como dijo el cura condenado antes de irse al cielo transformado en paloma. El oso se quedó con la hacienda y vivió en aquel pueblo mucho tiempo. Se convirtió en un hombre rico y tuvo a toda la gente a su servicio quienes lo admiraban y respetaban por haber derrotado al condenado y haberlos salvado de una muerte inminente. Su padre el cura retornó a su hacienda a dedicarse a sus ocupaciones habituales de cultivo de tierras y crianza de sus animales y no tuvo que preocuparse más por su hijo, puesto que éste ya no le causaría problemas.

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