lunes, 8 de marzo de 2010

“EL EMPRESARIO”

Yo conocí al empresario, era mi pata del alma. Según el mismo me contó nació en el distrito de Atico, departamento de Arequipa y que por supuesto no le apodaban todavía como “El empresario”, él mismo se puso aquel apodo. Aquellos años de la década del 70, era un niño normal como todos, cuyo nombre era Marcial. Su madre murió dando a luz justamente a él, la suerte no le deparo buen destino para tener una madre que cuidara de él como a la mayoría de niños que vinieron a este mundo. Su padre, obrero de construcción civil, preocupado y querendón de sus hijos, se vio en la necesidad inevitable de conseguir una madrastra que cuidara de él.

El padre no tuvo dificultades de conseguir una, porque él también trabajaba en la fábrica de harina de pescado llamado “La Planchada”. La segunda mujer de sus sueños también buscaba a un hombre que tuviera un “trabajo seguro”. Y más tarde cuando fuese anciana, la posibilidad de hacerse de un seguro social y una pensión para ella y sus hijos. Sería mucho mejor cuando él muriese por accidente de trabajo de la empresa. Heredar los beneficios y una pensión por viudez, era conveniente, además el marido era mucho mayor que ella.

Según conversé con el padre, casi siempre aparentaba que era conquistador de las mujeres. Era un hombre de mediana estatura de aspecto trigueño y de contextura regular, aparentemente honesto y sincero para el trabajo y trato con las personas. Por sus concepciones tradicionales respecto a la vida en el hogar, el cuidado de los niños, etc.; no podía dejar de tener pareja ¿Quién le prepararía los alimentos? ¿Quien se encargaría del lavado de ropa y sobre todo, del cuidado de Marcial su último hijo?

La mujer, como toda madrastra, fue muy mala con sus hijos políticos. Odiaba mucho a una supuesta hija suya, que afirma que era enfermera en la ciudad de Lima. La madrastra, monolingüe en idioma castellano, a pesar que vivía en Puno hace más de 25 años, jamás tuvo algún interés de aprender ningún término aymara. No lo necesitaba a pesar que algunos de sus interlocutores eran aymara hablantes. Varios de sus hijos legítimos se fueron de casa, apenas concluyeron sus estudios secundarios.

Todos los cálculos de ella fueron adversos, el marido fue despedido y no contaba con ningún seguro médico. Mientras iba en busca de otra ocupación, tuvo necesidad de ayudar en la atención de Marcial que vivía con su madrastra; pero aunque él quisiera, jamás le decía mamá, se dirigía solo de “tía”. La madrastra era buena solo cuando el marido estaba presente; pero en ausencia del padre por causas de trabajo, maltrataba al niño con los insultos más degradantes y los castigos físicos más inconcebibles.

En cierta ocasión la madrastra al niño le metió rocoto en la boca y hundiéndolo dentro de un cilindro lleno de agua, tratando de ahogarlo. El niño no dejaba de llorar, no entendía la razón por qué “su tía” le trataba de esa manera. Algunas vecinas que escuchaban y veían el maltrato le gritaban: “Oye g. p. por qué no te metes rocoto en la tolina. Si te comprometiste con el hombre, es porque tienes que cuidar de sus hijos…”. Ella igualmente salía fuera de sí e insultaba a todas sus vecinas, hasta que aquellas no dijeran nada.

El padre de Marcial, al ser despedido del trabajo, tuvo que madurar la idea de irse a vivir a la ciudad del Puno. Pensando que en la ciudad lacustre, más aún por su ligazón a Bolivia, los alimentos costaban mucho menos que en la “ciudad blanca”. Por algo decían de los alimentos de origen agrícola: “Son de la chacra a la olla”. Fue insinuado de trasladarse a dicha ciudad por cierto sobrino suyo, que había llegado a una posición social y económica expectante. Precisamente el hijo de una hermana que ya se había mudado y vivía con su hijo. No reparó más en dudas y determinaron irse para la sierra, además ellos ya conocían el interior del país.

A medida que Marcial fue creciendo, no tenía ganas de ir a la escuela, apenas estudió hasta el tercero de primaria y a duras penas escribía su nombre. Los profesores le castigaban con golpes de puntero en la cabeza, cuando no pudo resolver los más elementales ejercicios de matemática. A raíz de sus bajas notas de calificación en conocimientos, su padre también solía castigarle físicamente. Por los maltratos Marcial decidió abandonar sus estudios porque quien entiende la actitud nada comprensible, respecto a él: “Castigo en el colegio y en la casa”, no había opción más que abandonarla y empezar a vivir su vida como fuera.

Como a cualquier niño empezó a gustarle los espectáculos de circo que a mediados y fines de año aparecían en la ciudad. Gustaba de los payasos que hacían chistes y aparentaban ser los tipos más felices de la tierra, siempre fueron de su preferencia. Solo en aquellos espacios Marcial, juntamente que otros niños de su edad, era realmente feliz. Gozaba de los chistes, los ademanes que hacían los chistosos. Legalmente, pedía dinero a sus padres para ir al espectáculo, que raras veces le daban. En otras ocasiones buscaba dinero en los bolsillos y juntaba para entrar al espectáculo. Cuando no había dinero, trataba de ingresar ilegalmente y generalmente era sorprendido, le daban de patadas y Marcial terminaba llorando, recordando a su padre y hermana que no hicieron algo por impedirlo.

En realidad, nadie le ayudaba en su aprendizaje, porque su padre hasta cierto punto lo odiaba y tenía preferencia por los hijos que había tenido con su nueva mujer Teresa, madrastra de su hijo. Pareciera que el padre deseaba la muerte de sus hijos anteriores, frutos de su anterior compromiso. De adolescente Marcial empezó a trabajar de peón en la empresa donde su padre también se ocupaba.

Cada día su labor fue descarnar con cuchillas de acero la carnosidad de las pieles de res. Otros días se le podía ver echando sal a los cueros, para evitar que se olisquen. Pero se dio el caso que Marcial tenía una personalidad muy amable y franco cariño por su padre, trataba de satisfacer en todo. Por el odio que tuvo la madrastra hacia él, no tuvo más remedio que trabajar u ocuparse en algo útil. Sin embargo, tuvo la mala suerte también de juntarse con jóvenes de su misma edad; la mala costumbre de beber cada tarde “chicha con punta”[1] y mejor todavía los sábados por la tarde. Tales reuniones terminaba en la ingestión de licor hasta altas horas de la noche. Varias veces contó que amanecía en la cocina de la misma chichería al lado del fogón donde acostumbraban hacerla hervir. Para pasar la noche en estos lugares, el único requisito fue comportarse bien, además de ser conocido. En otras ocasiones lo expulsaban, con un poco de suerte, podía ir todavía a dormir a su casa si la puerta todavía estaba abierta.

El dueño de la empresa donde laboraba empezó a conocer la personalidad del joven trabajador, que era aún soltero, trataba de convencer que el dinero que le debía por concepto de salarios de semana trabajada, simplemente se la guardaría. No deseaba pagarla porque le decían tratando de convencerle reiterándole: “Si eres soltero, no lo necesitas, tal vez vas a malgastarlo con tus amigos”. Mejor se lo guardasen y de esta manera “el empresario” tenía casi nada entre sus bolsillos. El patrón tenía supuestamente guardado el dinero producto del trabajo semanal de Marcial.

Se sentía rechazado por la familia de su padre, la frecuencia de bebidas alcohólicas, eran más continuas, a veces no iba a dormir a casa. Amanecía en los cuchitriles de mala muerte por las cercanías de la parroquia de Belén o en alguna chichería junto a cuyes lleno de pulgas. Las tardes del sábado se le escuchaba todo alegre tarareando o silbando una canción, porque estaba un poco embriagado, pensando en la fiesta del cual sería participe. Las incidencias del mismo, las bromas de los amigos, las jóvenes sirvientas.

La madrastra necesitaba que Marcial aporte con los alimentos de la casa; pero el patrón no le pagaba. Algunas veces se aprovechaban de la inocencia y honestidad de Marcial. Pasado el tiempo, el patrón aseguraba que le había pagado todo y más que seguro lo habría gastado con sus amigos. Por la mañana del domingo Marcial aseguraba que solo le habían dado 20 soles. Era una situación de “dimes y diretes”. El rumor trabajaba en ambos sentidos y todo en perjuicio de Marcial y su familia. Estos hechos causaban problemas en la integridad de la familia del “empresario”, y no tenía ganas de volver a su casa.

Él decía a todos que el verdadero “empresario” era él; en cambio Ternero era su cholo. Una de las mañanas que veía al “tayta” con el cual conocían también al verdadero dueño de la empresa. Sin temor le dirigía la palabra de esta manera: “Oye cholo Ternero cual es la razón por el cual estas gordo, ciertamente pareces un toro wawito con tremenda panza. En cambio nosotros flacos, deberías ponerte a trabajar, tremenda guata lleno de excremento c…”. El otro simplemente le miraba sonriendo con indiferencia y ahí acababa todo. Pero también para hacer saber que no estaba ofendido, Ternero se sonaba la nariz y con el moco entre las manos, se acercaba sigilosamente y se las limpiaba en la cabeza recién rapada de Marcial.

En otras ocasiones, le daba un golpe en las entrepiernas, exactamente a la altura de los testículos y Marcial se quejaba cogiéndose el órgano al tiempo que decía: “Por qué golpeas al pequeño autor de tus días, tu verdadero padre… c.”. Otra mañana Marcial que también le tenía confianza en el cholo Ternero se dirigía: “Que tal oye cagón Ternero, cómo es, vas a aumentar el salario o no…”. El otro respondía en son de broma: “Primero cásate tenga una mujer e hijo, yo mismo seré el padrino, entonces aumentaré tu salario. Pero ahora como soltero que eres no lo necesitas”.

Ternero o El tayta, como lo conocían, era gordo y panzón. De estatura mediana de tez trigueña y los mofletes muy desarrollados, indicadores que en su vida había masticado bastante y con ambos carrillos. Era un ser grotesco que en la vida se pudo ver, se parecía mucho a un periodista que llego ser incluso alcalde por una municipalidad distrital en Cusco. Algunos vecinos suyos le apodaron de “El sapo”, a medida que pasaba el tiempo, la cara lo tenía más negra[2]. Ternero tenía cariño especial por Marcial y mucho más cuando estaba borracho. Se burlaba a cada instante y en toda forma. Marcial era tolerante con todo; en cambio, el tayta carisapo no quería que se burlen mucho de él. Se reía en ciertos momentos, luego se ponía serio, porque era millonario y no cualquier traposo.

Cuando el tayta se emborrachaba, se alababa de los dólares que tenía en diferentes entidades bancarias de la ciudad y el país, hecho que su esposa negaba rotundamente. Cuando estaba totalmente borracho, también se enaltecía de la cantidad de queridas que tenia: “Ni un cuaderno de 100 hojas, menos una docena de lápices alcanzaría para llenar con los nombres de mis amantes”. Afirmaba además: “Soy feo pero las chiquillas me quieren por mi dinero. A cualquier muchacha, fuese en Arequipa o Lima una de aquellas tardes, les proponía haciéndole ver dinero e inmediatamente ellas deslumbradas por el fajo de billetes quería hacer cualquier cosa y nos íbamos a la cama”.

“El empresario” (que en este caso era Marcial) al escucharle, solo se callaba y se ponía a pensar: “Si tiene tanto dinero, cual es la razón por el cual no me paga. Hace más de 2 años que no quiere arreglar la cuenta, solo me da fracciones de 30 o 20 soles. En todo el tiempo que paso me deberá unos 1,500 soles. Es dinero con el cual pude haber comprado, cama, colchón, alquilar un cuarto y tal vez hasta conseguir una hembra…”. No se daba cuenta que el empresario trataba de ganar “su cariño” invitándole cerveza y como Marcial era adicto al alcohol, no podía reclamar su salario.

Cuando bebían cerveza, el tayta por ningún motivo deseaba que los otros bebedores compren cerveza, porque él era el único que tenía dinero. Por algo era el tayta, el verdadero empresario de la ciudad de Puno. Los otros que le acompañaban eran simples vividores, “pobretones, traposos y piojosos como la mayoría de la gente…”. El empresario invitaba y solo había que acompañarle haciendo de hazmerreír y rodearle por las cervezas como simples aduladores.

Todo lo anterior solo un empresario podía hacer y era del todo legítimo que hiciera cuanto quisiera con su dinero. Pero Marcial el otro “empresario” que era pobre y miserable, se desplazaba cojeando, era trabajador suyo. Como dijimos aseguraba que más bien él era “el empresario”, daba el caso que el cholo Ternero era solo su empleado. Luego que Marcial se emborrachaba hablaba con sorna y todos aquellos que le escuchaban cuanto decía de Ternero, hacía reír a parientes y compañeros de trabajo: “Era el tipo que le ponía el sabor” a las reuniones, incluso al duro trabajo. Era querido por todos y también al resto de trabajadores y parientes a quienes les causaba lástima.

No se bañaba nunca, como era alcohólico, le tenía tirria al agua, era la hidrofobia que le roía el cuerpo. Para mejorar su aspecto personal cogía un poco de agua y cual si fuese un gato que coge un poco de saliva, se pasaba la parte central superior de la cabeza con el propósito de remojar algo los cabellos. Igual hacía con las sienes, como si fuese a dar suficiente agua en gotas a los piojos y liendres que tenía en entre sus cabellos, porque éstos también tendrían sed. Se ponía un jockey y presto para ir otra vez al trabajo o pronto para concurrir a una tenducha, pedir licor y beber, cavilando sobre su pobreza.

Andaba con la misma ropa, emanando malos olores. Para él era sumamente difícil quitarse la ropa y lavarla en el río o en la casa de alguien. Consideraba que era una pérdida de tiempo, porque siempre estaba pensando en sus amigos, por las bromas y chistes que se contaban. Gastar en detergente o jabón era sumamente oneroso, prefería comprar una botella de alcohol que costaba un nuevo sol. Desaliñado y con la ropa brillando de mugre hasta se había impermeabilizado de por sí, por el sebo con el cual estaba impregnado.

Un día sus primos legítimos planearon bañarlo por la fuerza, al punto que una vez que lograron su objetivo, por poco se resiente y empezó a mirarlos de diferente forma, con los ojos un poco desorbitados, desprendiendo odio. Apareció el verdadero empresario, en esa ocasión no se río y aprobó la decisión de los primos que determinaron bañarlo y además sugirieron que lave su ropa. Algunos parientes por pura pena resolvieron regalarle alguna ropa. Todo aquel día terminó feliz e incluso le invitaron almuerzo. Quemaron sus harapos y más de un pariente vio, en la costura de algunas prendas, cómo se desplazaban piojos de todo tamaño y color. Habían alargados, panzones, negros blancos y también vieron la gran cantidad de liendres por las costuras de la ropa que murieron quemados con el calor del fuego. Imaginaran la ropa interior que tenia “el empresario”. Originalmente la compraría blanco; pero aquel día era toda una mugre de color marrón oscuro y con muestras de excremento ya resecada sobre la tela en dirección al orificio anal.

Calzaba unas botas de jebe que no se quitaba sino solo cuando había necesidad de cambiarlas por otros nuevos. En la época de lluvia eran funcionales el uso de las botas de jebe y como trabajaba en la empresa que estaba en continuo contacto con el agua y sobre pavimento. Era factible que los usase, pero no se los quitaba ni para dormir, porque dijimos que generalmente estaba ebrio todos los días. Cuando alguien como “el empresario” se emborracha hasta perder el conocimiento, le daba igual dormirse sobre una cama cubierto con alguna manta o descubierto en el piso o sobre el pavimento. En varias ocasiones le habrían visto durmiendo al frente de la casa de su padre debajo de las camionetas y camiones estacionados en plena calle. Las botas que tenían puestos, le eran necesarias e imprescindibles. Era normal que estuviese puesto con un mameluco y cubriendo el dorso un sobretodo de aquellos que le compraron de los contrabandistas de Juliaca. Esta prenda le facilitaba toda acción y presencia en cualquier espacio social. Él era afanoso y la gente que laboraba, siempre estaba vestido como él. Tener mameluco era sinónimo de ser trabajador y no cualquier ocioso.

Un día cayó detenido por las fuerzas policiales, por un escándalo que se armó en una chichería. Para hacer que se bañe, trataron de quitarle las botas en la comisaría, pero por la fuerza. No pudieron hacerlo, porque Marcial gritaba de dolor, aparentemente la carne de los pies se habían ido adhiriendo a las botas en los intersticios más recónditos o éstas se le introducían en la carne. Tuvieron que cortar con tijera aquellas malolientes botas de jebe. Al ver el espectáculo, unos se pusieron tristes y otros se rieron a carcajadas, porque el olor que despedía era atroz.

Nunca tuvo enamorada. Porque las mujeres, por pulsión natural humana, para emparejarse buscaban al mejor dotado, no pueden hacerlo con cualquiera. “El empresario” fue el ser más despreciado por las mujeres del barrio. La cojera que padecía en el pie izquierdo hacía que no tenga la posibilidad más remota. A pesar que tenía primos legítimos que alcanzaron una posición social expectante, él no logro nada. La torcedura y cojera que padecía, era el estigma que llevaba encima y de los cuales jamás podría liberarse ni dejar de lado.

Adquirió el vicio del alcohol, hasta alcanzar el mal de la cirrosis hepática y complementada con la artrosis de los miembros a causa del frío. Cada mañana amanecía con las articulaciones del pie y las manos adoloridas y totalmente contraídas. Los calambres que sufría por las noches no le causaban la más mínima misericordia ni compasión por parte de su padre legítimo. Los vecinos cuentan que por las madrugadas gritaba como si fuese un loco quejándose de dolor, además que tenía ataques de calambre por todo el cuerpo. Entre tanto su padre y la madrastra de Marcial permanecían impávidos, como si no escuchasen aquellos gritos de dolor. El calor de sol y el alcohol mezclado con agua que ingería, parecía que le calmaba los dolores y otra vez daba movimiento a sus miembros que amanecían ateridos por el frío, mientras los rayos del sol aliviaba sus dolencias.

Cuando era el cumpleaños de algún familiar, se preocupaba de la limpieza del local donde se celebraría el acontecimiento. Se proponía de ir a comprar más alcohol fuesen los cortos, chicha o cerveza. Bromeaba a las empleadas del verdadero empresario y ellas rechazaban de plano sus insinuaciones. En la casa del tayta solían trabajar varias de ellas. Una que se dedicaba exclusivamente para el lavado de la ropa de la familia. Otra se dedicaba de limpiar la casa, los vidrios, el piso, el baño. Una tercera se dedicaba a la cocina en la preparación de los alimentos. En varias ocasiones “el empresario” les gastaba alguna broma con el fin de enamorarlas, conquistarlas y si la suerte le acompañaba hacerles el amor. Pero ellas (como ya lo dijimos), reaccionaban violentamente insultándole con los adjetivos jamás escuchados por la vecindad.

En los acontecimientos sociales, “el empresario” solía amanecer en el local, durmiendo o bien se iba cuando a alguien no le caía en gracia. Se iba insultando a todos aquellos que todavía se quedaban en el local. Recuerdan que a veces se preguntaban qué le pasaría dentro de lo más profundo de su ser. Rompía una botella de cerveza con contenido y todo con el propósito de agredir al verdadero empresario. Éste le miraba con indiferencia y desprecio, porque él no quería que le arme un escándalo por no haberle pagado el salario completo por el trabajo realizado.

Marcial robaba algunos enseres de su casa, motivo por el cual fue expulsado de la vivienda de su padre. No permanecía ni el martillo, menos los alicates. Los utensilios de cocina también desaparecían. Estos objetos fueron vendidos en las tiendas y los dueños de estos, le pagaban dando alguna dadiva o simplemente licor que agravaba su vicio por el licor.

Una mañana fría de junio en las fiestas de Puno, amaneció muerto, como consecuencia de intoxicación alcohólica y el frío que paralizo la circulación sanguínea. Más adelante contaron que tuvo también una discusión a media noche, aparentemente le pegaron. Un botellazo en la cabeza le hizo perder la conciencia, porque también había gente que lo odiaba. Cuando murió “el empresario”, sus exequias fueron colosales. Acompañaron su féretro más de 100 personas, porque en vida era amable, cariñoso y atento. Compartía el licor con todos aquellos que consideraba sus amigos y estos todo complacidos le llevaron coronas y hasta arreglos florales. Lo importante para ellos, era suficiente contar con su presencia para reír, sonreír e incluso insultar; pero todo solo en son de broma.

Los alimentos que le brindaban en las fiestas “el empresario” las guardaba en una bolsa plástica y más tarde o al día siguiente, las compartía con sus amigos. Jamás deseaba comer solo, casi siempre deseaban compartir. A veces guardaba para sus amigos en un mensaje que estaba preocupado por ellos y que sin ellos, este mundo era absurdo. Parecía que dijera: “Todo de mis amigos, por mis amigos y para mis leales amigos…”.

Varias veces sus amigos le sugirieron que robara algunos enseres de la empresa, para venderlos por las zapaterías, en vista que, como ya lo hemos dicho, el verdadero empresario que le decían “tayta o sapo”, no le pagaba. Porque todos se enteraron que trabajaba en una curtiembre de la ciudad lacustre. La empresa manufacturaba suela para zapatos también cueros o boxcales de diferente tipo, badanas de la piel de ovejas o cabras. Siguiendo el consejo, muchas de estas piezas fueron hurtadas por “el empresario”, porque el cholo Ternero como le conocían al dueño de la empresa, no le pagaba por meses y quizás años. Al contrario, argumentaba en su favor: “Para qué necesitas, mejor te la guardaré, porque es más que seguro que lo gastarás comprando licor para tus amigos…”.

Aparentemente parecía que la idea y el propósito eran buenos. Sin embargo lo único que deseaba el tayta era hacer trabajar gratis al “empresario” y apropiarse ilegalmente de su dinero y su fuerza de trabajo. Quizás fue la razón por el cual Marcial cogía botellas de cerveza con contenido y se iba por ahí, insultando a seguir bebiendo con sus amigos, dos días a la semana, incluido sábados y domingos. Todavía andaba tarareando una canción mejicana de la década de los 70, “Sigo siendo el rey”, de ese modo se entusiasmaba y otra vez por las andadas.

En la actualidad ya olvidaron al “empresario” solo sus familiares le recuerdan un poco; pero tampoco desean hablar del asunto, tienen cierta vergüenza y responsabilidad por su muerte. Simulan ante los demás que alguna vez haya habido en este mundo un ser que se hacía llamar asimismo “el empresario”. Murió en situación más calamitosa y desesperante, un hijo huérfano, que su padre empezó a odiar por estar muy bien con su otra mujer.

En las fiestas religiosas de los difuntos, solo lo recuerdan con rezos y oraciones. Cuentan que a su padre cuando se encuentra en estado de embriaguez, le trae algún recuerdo y sus ojos se nublan de lágrimas. Le embargan la pena y dolor recordando que un día, trajo al mundo a un hijo que sus amigos le llamaban “el empresario”.

Comentaban que “el empresario” murió porque el tayta por evitar pagarle le indujo a la borrachera, apareciendo ante él como el bonachón que invitaba de todo. “El empresario” jamás pensó que estaban malográndole la salud hasta que desapareció de la faz de la tierra. Hoy en día se encuentra en el cementerio de Layqaqota en Puno. Algunos borrachitos como él aún le recuerdan, creen y aún aseguran que pronto estarán junto con él en el cielo. Igual como el verdadero empresario también debe estar junto con todos ellos, brindando siempre después de todo eran amigos.
[1] Chicha de jora de maíz con poco de alcohol.
[2] La gente asegura que es producto de una enfermedad llamada en quechua “lamparasqa”, debido al excesivo contacto con los billetes y monedas.

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