lunes, 8 de marzo de 2010

ARRIEROS Y ZORROS

Cuentan que en tiempos muy lejanos, un grupo de arrieros viajaba a Paucartambo, éstos descansaron en las proximidades de una gran cueva, un lugar adecuado y silencioso para pasar la noche. Desataron las sogas para bajar los bultos con víveres que llevaban para comercializar y alimentarse. Después de haber preparado sus alimentos y saciado el hambre, aseguraron todo y se dispusieron a dormir.

Mientras tanto, los zorros que vivían por aquellos lugares inhóspitos, al ver que los arrieros dormían profundamente, les robaron casi todos sus artículos, la carne salada y las reatas. Al día siguiente, cuando los arrieros despertaron se dieron cuenta que los lazos y los artículos que llevaron habían desparecido. Los arrieros necesitaban las reatas para cargar, amarrar y emprender nuevamente el viaje; se pusieron tristes buscando sus pertenencias por todos los alrededores. Examinaron el lugar tratando de encontrar alguna huella; pero no hallaron ninguna evidencia.

Por casualidad, por el camino se encontraron con un burro que venía en sentido contrario. Uno de aquellos arrieros, pensando que se trataba de otra persona, se dirigió al jumento, preguntando si por el camino había visto a alguien llevando sus pertenencias. El burro al enterarse del problema y para sorpresa de aquellos hombres dijo proponiéndoles lo siguiente:
- Si he visto. Pero si ustedes pudieran darme media arroba de cebada, de donde sea puedo traer vuestras reatas y bultos – Los arrieros todos sorprendidos, al constatar que el cuadrúpedo hablaba, se quedaron atónitos y le preguntaron:
- ¿Y tú sabes dónde se encuentran? - El burro asintió con la cabeza y nuevamente dijo:
- Sí, yo sé donde están - Los arrieros de mulas no creían todo cuanto decía el burro y entre ellos comentaban: “Cómo un animal va a hablar y saber. Un jumento no creo que sepa, nos está mintiendo”. “Pero – opinó otro – por si acaso le daríamos una oportunidad. Si trae todo lo que nos pertenece, le proporcionaremos la cebada que pide...” - De esa manera, los arrieros dieron al burro la primera porción de cebada que solicitó.

Luego que acabó de comer, nuevamente el burro propuso:
- Sería bueno y conveniente que cocinen “pisqi”[1] - Los arrieros no salían de su estupor y se preguntaron:
- Ahora, ¿para qué cocinaríamos pisqi? - Sin embargo, de todos modos, prepararon el indicado potaje, tal como pidió el burro. Seguidamente, el burro se hizo pasar todo el cuerpo con el pisqi cocinado. El burro sabía donde vivían los zorros, se desplazó sigilosamente y se tiró en la entrada de la cueva de los zorros, simulando estar muerto.

Cualquier curioso que hubiese visto al burro, pensaría que efectivamente estaba muerto, incluso las moscas habían puesto huevos en la nariz, la boca, las orejas y en todas sus partes ocultas. Mientras los zorros dentro de la cueva, estarían descansando saciados; porque, no sólo robaron las reatas sino también la carne salada que los arrieros tenían para alimentarse, igualmente otros productos que eran desconocidos para los zorros. Una zorra salió a evacuar y vigilar, grande fue su sorpresa al ver al burro “muerto” en la puerta de entrada a la cueva. Al regresar, hizo gran alboroto, poniendo a todos al corriente de todo cuanto ocurría fuera de la cueva.
Seguidamente despertó a su esposo:
- Esposo te cuento, afuera hay un gran convido. ¡Despierten mis pequeños...! – Llamo al resto de la familia. Todos los zorros que eran sus parientes, también dejaron de dormir. Los pequeños despertaron con mucho frenesí; en cambio los zorros viejos que estaban enfermos prefirieron permanecer dentro de la cueva.
Desperezándose y bostezando, se aprestaron a salir los más jóvenes.
- ¿Dónde? - Dijeron todos casi al unísono.

Luego que estuvo fuera, un zorrito pequeño llamado Lucas sospechaba que el burro no estaba muerto. Indicaba a cada instante que había algo extraño. Se desplazó sigilosamente al lado donde se encontraba la cabeza del jumento. Olió, abrió con los dos dedos de las patas los ojos de la bestia. Enseguida fue al anca, para levantar la cola y observar el ano del animal. Seguidamente el pequeño comunicó esta inquietud a su padre:

- Papá, sus ojos están que parpadean y el ano está que palpita... - El padre y los otros refutaron al pequeño en forma tajante:
- Cómo es posible, miren... Tantos gusanos que están entrando y saliendo. Más bien hay que jalarlo dentro de nuestra casa para que todos podamos comerlo... Saquen las reatas que hemos guardado, traigan todo lo necesario. Tan muerto que está, fíjense la cantidad de gusanos que tiene. No es posible que sus ojos o el ano estén dando todavía signos de vitalidad. Está bien muerto, hay que introducirlo para degustarlo - Dijo el zorro que parecía ser el jefe del grupo.

Una de las zorras que también estaba postrada enferma en cama, hizo conocer su deseo:
- Ay, su corazón, corazoncito nomás quisiera comer...
Otro macho que también convalecía, reclamaba:
- Igual a mí, que me den su corazón nomás, no quiero sus muslos, tampoco costillas. Su corazón, corazoncito yo también deseo... - Mientras tanto, los zorros más jóvenes y fuertes, para hacer un solo esfuerzo tomando las sogas se ataron por el cuello, la cintura y las patas. Así, luego que estuvieron bien amarrados jalaron todos al mismo tiempo, haciendo un solo esfuerzo.

Jalaban y jalaban, cuando el burro se dio cuenta que todos los zorros estaban atados, se levantó intempestivamente y corrió sin rumbo: “Hawchis[2], hawchis, hawchis, hawchis, perqachus perqachus. Hawchis, hawchis, milqachus milqachus...”. Al ver este hecho el zorrito pequeño gritaba:
- ¿Acaso no les dije carajo? Les he dicho carajo - No dejaba de recordarles con desesperación que él tenía la razón y el único que se había dado cuenta, que el burro no estaba muerto.

De esta manera el burro había matado a todos los zorros arrastrándolos. Por el camino, algunos zorros perdieron sus cabezas y extremidades; otros terminaron adheridos en las rocas en pedacitos, se pudo ver pedazos de carne y sangre o solamente pellejos aquí y allá. De una zorra hembra que estaba preñada, los fetos que tenia dentro del vientre, se habían desparramado por todo el trayecto.

Tal como el burro había prometido, entregó las reatas y demás artículos a los arrieros. Estos remataron a puro golpes de palo a todos los zorros sobrevivientes, incluso al zorrito Lucas que trataba de encontrar protección al lado de su madre, de un solo garrotazo lo mandaron al otro mundo. Los arrieros todo alegres, pagaron al burro, incluso le dieron otra media arroba más de cebada. El burro luego de haber hecho aquel buen acto, se fue contento, cargando la ganancia por su habilidad. Los arrieros se despidieron del burro y todo agradecidos continuaron su viaje.
[1] Ajiaco de quinua.
[2] El idioma quechua por ser amerindio, algunas palabras no se pueden traducir por ser onomatopéyicas.

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